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20 May 2023
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Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Rafael Morales, el poeta de las cosas humildes


El poeta que hoy os traigo, el talaverano Rafael Morales, es uno de los grandes de la generación de postguerra. Y entre los grandes, quizás el más singular y -como hoy diríamos- trasversal. 

En esos duros años de la vida española posteriores a la Guerra Civil, hubo dos corrientes poéticas muy distintas e incluso contrarias una a otra. La poesía arraigada y la poesía desarraigada. La primera, la de la llamada poesía arraigada, era una corriente clasicista y tradicional; optimista, serena, de perfección y de orden; cercana a los ganadores de la guerra civil y apoyada por sus jerarcas. La segunda, la de la poesía desarraigada, era muy diferente: más social, angustiada, pesimista, desazonada, perdedora. Pues bien, Rafael Morales tuvo una etapa en cada una de ellas.

Morales había nacido en 1919 en Talavera de la Reina y había sido el miembro más joven de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, la organización creada en los primeros días de la guerra civil por una serie de escritores, artistas, investigadores y científicos para denunciar «la barbarie» del levantamiento militar contra la República y declarar su «identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha generosamente al lado del Gobierno del Frente Popular». 

Colaboró también Morales en El mono azul, una de las más populares revistas que se publicaban en el bando republicano. Muchísimos otros intelectuales de parecido perfil y trayectoria similar salieron al exilio tras la guerra, pero Morales no; Morales se quedó. Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, se especializó en Literatura Portuguesa en la Universidad de Coimbra y desplegó una intensísima actividad profesional en el ámbito de la cultura: en editoriales de libros y de revistas, como crítico literario, como profesor, en el Ateneo de Madrid…

Su primer poemario, Poemas del toro, de 1943, causó un cierto impacto en aquel Madrid sombrío de los primeros años de la postguerra. El toro de Morales no es un toro de taurinos o de corridas de toros. Es más bien un toro icónico. Icono, tótem, rito, mito. Un toro literario que bebe en el toro metáfora de Miguel Hernández, que había muerto muy poco antes en una cárcel franquista.

Como Hernández, Morales fue un gran sonetista, un gran conocedor de los clásicos. Definió su ideal poético como un afán permanente para asemejarse a lo que él llamaba la «tríada divina» de la poesía de nuestro Siglo de Oro. Lo definía así: «Decir con la belleza de Góngora, pensar con la hondura de Quevedo, sentir con la sensibilidad de Lope». Consiguió mucho de eso que pretendía. Su obra ha sido traducida a muchos idiomas -el francés, el alemán, el italiano, el checo…- y ha sido estudiada en numerosas tesis doctorales.

Os traigo tres poemas muy significativos de Rafael Morales. Dos de ellos son sonetos a objetos que probablemente nunca antes habían sido objeto de inspiración para otros poetas: una chaqueta y un cubo de la basura. Sí, una chaqueta y un cubo de la basura. Pertenecen a su libro Cancionero del asfalto, que fue publicado en 1954 y con el que autor logró el Premio Nacional de Literatura. «Con este libro —escribió años después Morales— culminaba claramente intensificada una faceta importante y representativa de mi poesía, la que muestra la atención a personas, animales, vegetales y objetos que son sencillos, humildes, despreciados e incluso feos y sin tradición poética, elementos que nunca han llegado a desaparecer del todo de lo que he escrito posteriormente». Cuando este poemario fue publicado, la crítica lo emparentó con otro libro de ese mismo año, de 1954, dedicado a las cosas humildes, el célebre Odas elementales, de Pablo Neruda.

El primero de estos dos sonetos de Morales que hoy os traigo se titula Soneto triste para mi última chaqueta, y dice así

Esta tibia chaqueta rumorosa
que mi cuerpo recoge entre su lana
se quedará colgada una mañana,
se quedará vacía y silenciosa.

Su delicada tela perezosa
cobijará una sombra fría y vana,
cobijará una ausencia, una lejana
memoria de la vida presurosa.

Conmigo no vendrá, que habré partido,
y entre su mansa lana entretejida
tan sólo dejaré mi propio olvido.

Donde alentara la gozosa vida
no alentará ni el más pequeño ruido,
sólo una helada sombra dolorida.

El segundo soneto se titula Cántico doloroso al cubo de la basura y no desmerece del primero ni en hermosura ni en calidad técnica ni en hondura reflexiva ni en pesimismo. Dice así:

Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.

Cada cosa que encierras, cada cosa,
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
su delicada cinta leve y rosa.

Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora, zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.

Oh, viejo cubo sucio y resignado:
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.

Para terminar, un tercer poema del talaverano Rafael Morales. Este no es un soneto, es mucho más corto. Pero es tan intenso como los dos anteriores, y es también mucho más duro y pesimista. Es pura poesía desarraigada. Se titula Los que recuerdan, y dice así: 

Recordar es volver, es ser ya otro,
aquel que se ha perdido, que se ha muerto.
No es volver a vivir, es ser lo ido,
lo que se acabó, lo que no es nuestro.

Recordar es morir, vivir la niebla
de lo que fuimos ya, de lo que fueron
aquellos que quisimos y quedaron
borrados de las horas y los sueños.