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19 Sep 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

La jaula, de Alejandra Pizarnik

Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

Los miedos, la falta de autoestima, las frecuentes depresiones y la muerte marcaron toda su corta vida. Hija de judíos emigrados a Argentina desde Europa del Este, huyendo del fascismo y del estalinismo y dejando atrás a otros miembros de la familia que iban a acabar asesinados, Alejandra Pizarnik (1936-1972) es una poeta diferente, singular, única. De niña tartamudeaba y tenía problemas de peso y de autoestima. De joven, cuando asistía a terapia por sus frecuentes depresiones, se le diagnosticó trastorno límite de la personalidad, un alteración de salud mental que impactaba en lo que pensaba y sentía acerca de sí misma y le dificultaba el manejo de sus emociones y su inserción en la vida cotidiana.

La escritura le ayudó en buena manera a desahogarse y a entenderse a sí misma; y el éxito literario, que lo alcanzó, le dieron algunos periodos de mayor estabilidad emocional.

La suya es una poesía que bebe, entre otras fuentes, en el simbolismo francés, en el surrealismo, en la escritura automática, a veces en el romanticismo ya por entonces muerto y enterrado. Algunos de sus poemas parecen notas personales en un diario, reflexiones en voz alta a veces herméticas, explosiones de talento y de la confusión emocional y mental en la que pasó muchos periodos de su vida. Casi haikus. Mirad este, titulado La carencia: «Yo no sé de pájaros, / no conozco la historia del fuego. / Pero creo que mi soledad debería tener alas». O este otro, algo más largo, El miedo: «En el eco de mis muertes / aún hay miedo. / ¿Sabes tú del miedo? / Sé del miedo cuando digo mi nombre. / Es el miedo, / el miedo con sombrero negro / escondiendo ratas en mi sangre, / o el miedo con labios muertos / bebiendo mis deseos. / Sí. En el eco de mis muertes / aún hay miedo».

Durante los últimos años de su vida, envuelta en sucesivas crisis depresivas, intentó varias veces suicidarse. Internada en un centro psiquiátrico bonaerense, en septiembre de 1972 logró un permiso de fin de semana y se quitó la vida en su casa con una sobredosis de secobarbital: cincuenta pastillas. Tenía 36 años. En la pizarra de su cámara en el psiquiátrico había dejado escrito su último poema: «No quiero ir / nada más / que hasta el fondo».

El poema que hoy os traigo define bien a Alejandra Pizarnik. Ausencia de énfasis lírico, ausencia de estrofas o versos tradicionales, ausencia de rima. Y pura lírica salida de sus entrañas como un borbotón de emociones y de reflexiones irrefrenables.

Yo lo siento y lo digo así: