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17 Abr 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

La amenidad de la primavera…, de José Tafalla Negrete 

En donde vimos nieve, vemos flores;
y en el desnudo tronco macilento
donde se oyó silbar, furioso, el viento,
se escuchan hoy los dulces ruiseñores.

El arroyo, que en cándidos temblores
heló su bullicioso movimiento,
libre y ufano ya, veloz, contento,
travesea del prado los verdores.

En la más rigurosa destemplanza,
cuanto al Orbe robó la tiranía
tanto le restituye la esperanza.

Alternan la tristeza y la alegría,
y todo está sujeto a la mudanza
menos mi amor y la desdicha mía.

La naturaleza imita al arte, sí, pero el arte de la poesía le debe mucho a la naturaleza. Los más variados fenómenos naturales han sido aprovechados por los poetas, desde siempre, para abrirnos su corazón, sus sentimientos. Os vendrán muchos poemas así a la memoria, a poco que escarbeis en ella. Desde la Rima LIII («Volverán las oscuras golondrinas…») de Gustavo Adolfo Bécquer al Octubre («Estaba echado yo en la tierra, enfrente…») de Juan Ramón Jiménez o a la Elegía a Ramón Sijé («Yo quiero ser llorando el hortelano…») de Miguel Hernández. Este soneto que hoy os traigo no llega a la excelencia de esas tres cumbres citadas, pero no es mal poema para hablaros de uno de los muchísimos buenos poetas menores de nuestros Siglos de Oro.

He tomado el poema, y buena parte de lo que voy a contaros del autor, el zaragozano José Tafalla Negrete (1636-1696), de un libro que ya os he comentado anteriormente, cuando traje aquí al licenciado Dueñas: el muy recomendable Los otros clásicos (Ediciones La Discreta), una recopilación de la que es autor José Ramón Fernández de Cano y Martín y que lleva este significativo subtítulo: «antología caótica, aunque comentada, de cien poetas ‘menores’ del Siglo de Oro». Menores son, en efecto, si se les compara con sus contemporáneos Lope, Quevedo, Góngora o Calderón, pero buenos autores todos ellos, aunque hoy estén prácticamente olvidados.

Tafalla fue jurista notable, abogado de los Reales Consejos de Aragón. Fue también uno de los llamados novatores, un grupo de pensadores y científicos avanzados para su época, finales del siglo XVII, a los que se les considera una especie de «preilustración española». Como poeta, se ocupa de temas cotidianos, casi anecdóticos, hasta el punto de que algunos críticos e historiadores de la literatura lo consideran algo simplón, e impropio de aquellos últimos años del Barroco en que transcurrió su vida. Sus poemas fueron recogidos en un volumen por sus amigos una década después de muerto Tafalla. Este soneto de hoy lleva en aquel libro recopilatorio un título mucho más largo que el que yo le doy arriba, y probablemente fue puesto por los compiladores, no por el autor. Este título: Describe la amenidad de la primavera, cotejándola con su fineza y su desgracia.

Yo lo digo y lo siento así: