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17 Ene 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Cuando regreses, de Laura Victoria

Cuando regreses no hallarás siquiera
las huellas del pasado.
En el parque los cisnes se murieron
y las verbenas rojas se secaron.

Esos versos liliales que me oías
cogiéndome las manos,
cambiáronse por otros calcinantes
que visten mi alma de ropaje cárdeno.

Y esas dulces promesas que en tus brazos
hacíasme temblando,
son una cuerda rota en mis oídos
y ni un eco doliente me dejaron.

Naufragaron también en mis pupilas
tus ojos de gitano,
y en mi boca se helaron en silencio
las huellas calcinantes de tus labios.

Cuando regreses no hallarás siquiera
vestigios del pasado.
En el parque los cisnes se murieron
y en mi boca tus besos se borraron.

La colombiana Laura Victoria, seudónimo de Gertrudis Peñuela (1904-2004), fue una pionera de la poesía erótica en castellano escrita por mujeres, hace ya casi un siglo, «la encargada de dar un paso adelante en la escritura femenina al exponer abiertamente el goce y placer sensual como una posibilidad que también estaba permitida a las mujeres», como escribe la profesora María Camila Alzate Torres, una de las expertas en su obra.

Maestra de formación, periodista y diplomática de profesión, se radicó por motivos personales en Ciudad de México desde 1939 y allí pasó prácticamente el resto de su larguísima vida -murió con 99 años y medio de edad- salvo salidas esporádicas, la más larga de ellas una de tres años en Roma, como agregada cultural de la embajada de su país. Antes de aquella marcha primera a México, se había convertido en figura muy popular y muy polémica en su país por su poesía erótica, sensual, infrecuente en la Colombia y en la América latina de hace casi un siglo, y más en boca de una mujer. «Ven, acércate más, bebe en mi boca / esto que llamas nieve; / verás que con tu aliento se desata, / verás que entre tus labios se enrojecen / los pétalos de ámbar. / Ven, acércate más. / Muerde mi carne / con tus manos morenas; / verás qué dulcemente se desmaya / el cactus de mi cuerpo, / y surge tenue de la nieve dura / la misteriosa suavidad del nácar». Así comenzaba En secreto, el poema que, publicado en la revista Cromos, la lanzó a la fama y al debate público en los años treinta del pasado siglo.

«Nunca conoce el amor ideal -escribe su biógrafo Gustavo Páez Escobar-. Los hombres se sienten seducidos por la diosa de la poesía y la asedian con pasión. Muchos se imaginan que lo que dicen sus versos es lo que ella practica en la intimidad de su propia vida. Pasado el tiempo, un periodista le pregunta si ha encontrado el amor verdadero, y ella responde: ‘Desgraciadamente no. Me consagré entonces al estudio bíblico para lograr el conocimiento de Dios. Y ese amor verdadero lo encontré al fin en Cristo’”. Así fue. Tras un viaje a Tierra Santa, la suya acabó siendo una poesía mística.

El poema que hoy os traigo habla de un amor del pasado, de un amor ya perdido. Son cinco cuartetos con una novedad técnica muy curiosa -el segundo verso de todos ellos no es un endecasílabo, sino un heptasílabo- y una rima en asonante (a-o) en los versos pares que recorre todo el texto y que le a todo el un aire de tristeza serena.

Yo lo siento así: