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31 Ene 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Fragmento de la Égloga I, de Garcilaso de la Vega

¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mí mismo yo me corro ahora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir una hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

Maestro de maestros, grande entre los grandes de toda la historia de las letras en nuestra lengua, el toledano Garcilaso de la Vega fue el gran renovador de la lírica en castellano en el paso de la Edad Media al Renacimiento. Se sabe con certeza dónde, cómo y cuándo murió, tras una acción de guerra en 1536, en Niza, pero no cuándo nació. En Toledo, seguro, probablemente entre 1498 y 1503.

Fue un hombre de letras y de armas. Tuvo una excelente formación humanista. Estudió griego, latín, italiano y francés; tocaba la cítara, el arpa y el laúd; hacía esgrima. Completó una larga y exitosa carrera cortesana y militar con el emperador Carlos V, que en mayo de 1536 lo nombró maestre de campo de un tercio de infantería, con mando sobre 3.000 soldados, en una de sus guerras con el francés Francisco I. El 19 de septiembre, las tropas imperiales avistan en Le Muy, cerca de Frejus, en la Provenza, una torre que parece abandonada… «El emperador manda que fuesen a saber qué gente eran, y así fueron ciertos caballeros, demandándoles qué hacían allí. Ellos dijeron que era su tierra y que querían estar allí […] y que no era su voluntad salir de la torre. Viendo esto el emperador […] mandó que con el artillería […] se diese batería a la torre, y así se dio y se hizo pequeño portillo en la torre y […] subiendo Garcilaso de la Vega y el capitán Maldonado, los que en la torre estaban dejan caer una gran gruesa piedra y da en la escala y la rompe, y así cayó el maestre de campo y capitán, y fue muy mal descalabrado el maese de campo en la cabeza, de lo cual murió a los pocos días», cuenta Martín García Cereceda en su Tratado de las campañas y otros acontecimientos de los ejércitos del emperador Carlos V… Así fue, unos días después fallece Garcilaso, en Niza.

Como poeta, Garcilaso había comenzado en la lírica tradicional cancioneril castellana, pero las influencias de su gran amigo el barcelonés Juan Boscán y de italianos como Petrarca, Sannazaro o Ariosto, a los que leyó y estudió en una de sus estancias en Italia, en Nápoles, le llevaron a ser el gran renovador de la lírica castellana, tanto en sus contenidos -suyo es “el dolorido sentir”, la melancolía por el transcurso de la vida- como en sus continentes, en las métricas. Y así, Garcilaso, con Boscán, trae a nuestro idioma nuevas estrofas, como el terceto, la octava real o la lira -esta última una combinación de cinco versos heptasílabos y endecasílabos que toma con nosotros su nombre por un poema suyo (“Si de mi baja lira, / tanto pudiese el son que en un momento / aplacase la ira / del animoso viento / y la furia del mar y el movimiento)- y es uno de los primeros en hacer sonetos excelsos. Algunos de ellos siguen hoy aún tan vivos y emocionantes como hace cinco siglos. Por ejemplo, el llamado Soneto V (que acaba en estos dos magistrales tercetos: “Yo no nací sino para quereros; / mi alma os ha cortado a su medida; / por hábito del alma mismo os quiero. / Cuanto tengo confieso yo deberos; / por vos nací, por vos tengo la vida, / por vos he de morir, y por vos muero) o el Soneto X (el celebérrimo que comienza así: “Oh, dulces prendas, por mí mal halladas»…).

Garcilaso fue poeta amoroso y hombre de muchos amores. Se casó, quizás por conveniencia, con Elena de Zúñiga, pero fueron más intensas, y dejaron tanto rastro en su obra que hay quien dice que toda ella es una autobiografía amorosa, sus relaciones -algunas sólo platónicas- con una aldeana extremeña llamada Elvira, con una dama napolitana de la que poco se sabe, con su prima Magdalena de Guzmán, con su cuñada la bellísima Beatriz de Sá, con Isabel Freyre, con Guiomar Carrillo de joven… Los expertos creen que la Galatea de los versos que hoy os traigo era una de estas dos últimas.

Isabel Freyre era una dama portuguesa que acompañó a Isabel de Portugal cuando esta llegó a la corte castellana para casarse con el emperador. De Guiomar Carrillo, la más probable Galatea, se sabe mucho más. En su testamento, Garcilaso incluyó una referencia hasta hace pocos años enigmática, pues disponía que «Don Lorenzo, mi hijo, sea sustentado en alguna buena universidad y aprenda ciencias de humanidad hasta que sepa bien en esta facultad, y después, si tuviere inclinación a ser clérigo, estudie cánones, y si no, dése a las leyes y siempre sea sustentado hasta que tenga alguna cosa de suyo». ¿Quién era ese Lorenzo que no se encontraba entre los cinco hijos que el poeta tuvo con su esposa, Elena de Zúñiga? Un documento encontrado y publicado en 1998 por María del Carmen Vaquero Serrano resolvió el misterio. Se trataba de una Carta de donación y mejoría que hizo y otorgó la muy magnífica señora doña Guiomar Carrillo al señor don Lorenzo Suárez de Figueroa, su hijo. Año de 1537. Dice la carta: «[…] Sepan cuantos esta carta de donación y mejora vieren cómo yo, doña Guiomar Carrillo, (…) siendo como era mujer libre y no desposada ni casada ni monja, ni persona de orden ni religión, tuve amistad del muy magnífico caballero Garcilaso de la Vega (…) Entre mí y el dicho Garcilaso hubo amistad y cópula carnal mucho tiempo, de la cual cópula carnal yo me empreñé del dicho señor Garcilaso, y parí a don Lorenzo Suárez de Figueroa, hijo del dicho señor Garcilaso y mío; siendo asimismo el dicho señor Garcilaso hombre mancebo y suelto, sin ser desposado ni casado al dicho tiempo y sazón».

Garcilaso no publicó en vida su obra, casi medio centenar de sonetos, cinco canciones, una oda en liras, dos elegías, una epístola, tres églogas y ocho coplas en castellano y tres odas y un epigrama en latín. Fue su amigo Boscán quien en 1543 incluyó parte de ella, a modo de apéndice, en una recopilación propia. El anexo de Garcilaso tomó pronto vuelo propio y se convirtió ya suelto y completado en el corpus de referencia de muchos otros autores posteriores. De él aprendieron a hacer liras Fray Luis de León o San Juan de la Cruz, y sonetos Lope, Góngora y Quevedo.

Las églogas eran unas composiciones líricas en las que uno o varios pastores monologaban o dialogaban sobre sus amores y desamores en una naturaleza idealizada, paradisiaca, arcádica. En la de hoy, los pastores son Nemoroso, quizás trasunto de Boscán (‘nemus’ en latín es bosque), y Salicio, quizás el propio Garcilaso, que es el que habla y se queja de su esquiva amada. Yo lo siento así: