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01 May 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Cuando el ánimo ciego, de Núñez de Arce

Cuando el ánimo ciego y decaído
la luz persigue y la esperanza en vano;
cuando abate su vuelo soberano
como el cóndor en el espacio herido;

cuando busca refugio en el olvido
que le rechaza con helada mano;
cuando en el pobre corazón humano
el tedio labra su infecundo nido;

cuando el dolor, robándonos la calma,
brinda tan solo a nuestras ansias fieras
horas desesperadas y sombrías,

¡ay, inmortalidad, sueño del alma
que aspira a lo infinito!, si existieras,
¡qué martirio tan bárbaro serías!

El vallisoletano Gaspar Núñez de Arce (1834-1903) era a finales del siglo XIX, en opinión de Clarín, uno de los «dos poetas y medio» que había por entonces en España. El sagaz crítico literario -y autor de La regenta– tenía por el otro a Campoamor, del que ya hemos hablado aquí, y creo que no aclaró quién era el medio poeta. Eran los tiempos del realismo en la literatura. Malos tiempos para la lírica, buenos para la narrativa: Galdós, Pardo Bazán, el propio Clarín. Blasco Ibáñez, Valera, Pereda, Coloma, Palacio Valdés… Abundaban los narradores, escaseaban los líricos.

Hoy casi completamente olvidado -en el Campo Grande de su Valladolid natal tiene un busto, eso sí-, Núñez de Arce fue muy célebre en su tiempo. «Fue hombre apagado, bilioso, melancólico», cuenta de él su amiga Emilia Pardo Bazán. Había tenido problemas de salud de muy joven, desviación de columna incluida, lo que complicó su crecimiento e influyó en su carácter.

Hizo carrera política: empezó criticando en prensa -lo que le costó la cárcel- al conservador Narváez y contando como corresponsal de guerra la que libró y ganó España en 1859-1860 con el sultanato de Marruecos; se sumó a La Gloriosa, la revolución que acabó con Isabel II y que al cabo trajo la Primera República; pasó por el Partido Progresista y por los liberales de O’Donnell y acabó en los de Sagasta. Fue diputado por Valladolid, gobernador de Barcelona, senador, ministro. Hizo incluso algunos poemas que hoy llamaríamos políticos. Mirad este soneto, titulado España: «Roto el respeto, la obediencia rota, / de Dios y de la ley perdido el freno, / vas marchando entre lágrimas y cieno, / y aire de tempestad tu rostro azota. // Ni causa oculta, ni razón ignota / busques al mal que te devora el seno; / tu iniquidad, como sutil veneno, / las fuerzas de tus músculos agota. // No esperes en revuelta sacudida / alcanzar el remedio por tu mano / ¡oh sociedad rebelde y corrompida! // Perseguirás la libertad en vano, / que cuando un pueblo la virtud olvida, / lleva en sus propios vicios su tirano.». O este otro titulado A Voltaire, que acaba así: «Ya venciste, Voltaire. ¡Maldito seas!».

Como poeta, dominaba bien los metros clásicos -sonetos, octavas reales, tercetos , décimas…-, y les daba a sus lectores lo que estos le demandaban: más reflexiones del realismo que emociones del romanticismo, aunque en mucha de su obra aún se advierte su formación y su paso por la anterior corriente literaria. Hablando sobre el poeta inglés Robert Browning, dice Núñez de Arce: «los poetas… no deben escribir para ser explicados, sino para ser sentidos». Este técnicamente complicado y bien resuelto soneto, de una sola frase con unas cuantas oraciones y encaminada a esa proclama final de segundo terceto, no lo explico más, y lo siento así: