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24 Feb 2024
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Claudia Lars, la poeta grande de un país pequeño

Hoy os traigo una poeta grande, Claudia Lars, de un país pequeño, El Salvador. Pequeño en extensión, en población, en tradición literaria. Quizás si Claudia hubiera nacido en uno de los grandes países hispanohablantes hoy sería mucho más leída, sentida y reconocida.

Se llamaba en realidad Margarita del Carmen Brannon Vega, y era hija de un ingeniero estadounidense de origen irlandés y de una salvadoreña. Nació cuando el siglo XIX llegaba a su fin y murió cuando el siglo XX ya casi llevaba consumidas tres cuartas partes de su tiempo. Usó desde el año 1933 el seudónimo de Claudia Lars, y con él ha pasado a la historia de la literatura como una de las más destacadas figuras no sólo de su país, El Salvador, sino también de toda América Latina.

Fue traductora, profesora de español para extranjeros en Estados Unidos, locutora… Como poeta, dominaba los metros y las estrofas clásicos, el heptasílabo y el endecasílabo; el romance, la lira y el soneto. Y hasta el hexasílabo, el verso de seis sílabas, tan infrecuente en nuestra lírica. Mira este poema en hexasílabos titulado Canción que te hizo dormir. Dice así:

La noche del mundo:
¡qué largos cabellos!…
Los suelta en la torre,
la torre del viento.

Los peina en el valle,
los trenza en el cerro,
los abre en las ramas
frías del almendro.

¡La noche del mundo:
qué oscuro su cuerpo!…
En él se transforman
las cosas del suelo:
el lirio descalzo
se calza de acero;
el loro se vuelve
piedra de silencio;
la errante neblina,
ángel medio ciego;
y el naranjo en flor,
un oso de hielo.

La noche del mundo:
¡qué nombre de sueño,
qué barca volante,
qué tiempo sin tiempo!

O este otro, titulado Niño de ayer, que va alternando versos heptasílabos, de siete sílabas, con otros de cinco, pentasílabos, también muy poco frecuentes en nuestra tradición poética.

Dice así este poema:
Eras niño de niebla
casi en la nada;
nombre de mi sonrisa
detrás del alma.

Y era un barco dichoso
de tanto viaje
y un ángel marinero
bajo mi sangre.

Subías como el lirio,
como las algas;
en tu peso crecía
la madrugada.

Y alzando el aire joven
sus ademanes
ya marcaba tu fuerza
de vivos mástiles.

¡Prado de nieve limpia,
bosque de llamas!…
Y tú, semilla dulce,
bien enterrada.

Escondido en mi pulso,
sin entregarte;
pulsando en los temores
de mi quién sabe.

Buscabas en mi pecho
bulto y palabra;
entre mis muertos ibas
buscando cara.

Salías de la torre
de las edades
y en las lunas futuras
dabas señales.

No creas que te cuento
cosas de fábula:
para que me comprendas
coge esta lágrima.

¿A qué os suena, a quién os recuerda? A mí, a dos grandes poetas. Uno, el Miguel Hernández de la Nanas de la cebolla. Estaba este en una estrofa también mezclada de heptasílabos y pentasílabos. Recuerda. Comenzaba así:

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Me recuerda también los poemas a la infancia, a los niños, de Gabriela Mistral, de los que ya hablamos aquí. 

La propia Claudia Lars cita a la poeta chilena, premio Nobel de literatura en 1945, como una de sus influencias, junto al mexicano Amado Nervo, los británicos Francis Thompson y Christina Rossetti y el español Juan Ramón Jiménez. Comenta esto Claudia Lars: «No digo con esto que esos poetas se adivinen detrás de mis versos. Solamente quiero decir que de ellos brota lo mío —con su propio color y movimiento—, como brota el manantial pequeño del agua invisible y maternal que está escondida allá dentro… en las profundidades de la tierra…».

A Gabriela Mistral se titula un soneto de Lars. Es más que una dedicatoria. Es casi una invocación, una oración directa a la chilena. Dice así:

Una rosa de angustias -mar y viento-
y la estrella que gime en tierra oscura;
una secreta herida de ternura
y el camino interior del pensamiento.

Tu nombre fijo, tu divino intento,
la suelta voz que llega, larga y pura;
este compás de sangre, que asegura
tus cantos recogidos en mi acento.

Dulce don invisible para el día
de la flor y la erguida melodía,
con el pájaro leve y la campana.

Lo diste sin saber, pero se advierte
que te sigue, imantado hasta la muerte,
el paso fiel de tu pequeña hermana.

La salvadoreña dedica y dirige poemas a muchos otros escritores. O más bien escritoras. A la antes citada Christina Rosetti, por ejemplo. O a sor Juana Inés de la Cruz, la novohispana -hoy diríamos mexicana- que fue figura estelar del siglo XVII. A esta le dedica un soneto doble. Dice el primero soneto así: 

¿Quién soltó de tu pecho la impaciente
paloma musical que en fuego sube?
¿Quién puso en los cristales de la nube
la misma luz que cae de tu frente?

¿En qué silencio de estupor vehemente
te pude descubrir y te retuve?
¿Qué flamígero dardo de querube
marcó el instante con su filo ardiente?

Espacios deslumbrantes, voz ceñida
a las ígneas raíces de la vida
y el ansia de esa voz determinada.

Una irrupción de signos en tu cielo.
Y bajo el arrebato de tu vuelo
yo, Señora, pequeña y hechizada.

Y el segundo soneto a sor Juana Inés dice esto:

En la rosa salvada, en su pureza
que sube hasta la luz y en ella habita,
llamo a tu corazón y te doy cita
para hablar de tu blanca fortaleza.

Llevo una mariposa en la cabeza
y otra más deslumbrante me visita.
Soy la que nada sabe… la que agita
su alma y su voz detrás de la belleza.

Mis jardines pequeños, entregados
al duende, al ángel verde… son aliados
de todo lo que vuela y lo que brilla.

¡Cómo no darte a ti, -tan voladora,-
mi ceniza de rosas y esta hora
en que vuelve a ser rosa la semilla!

Sonetos. La estrofa talismán, sin duda, de Claudia Lars. Hizo muchísimos, y de una calidad media muy notable. En todos se aprecia el dominio técnico, un cierto regusto romántico y sentimental, algún atisbo de poesía social.

Vamos a terminar con un soneto diferente, en versos alejandrinos, de catorce sílabas. Los sonetos en alejandrinos los frecuentaba bastante Rubén Darío. Puso el listón muy alto el nicaragüense. Este que os traigo de la salvadoreña Claudia Lars no se queda atrás. Lleva el sugerente título de Eva a Adán. Es ella quién habla a él, sí. Y le dice esto: 

¡Si tienes sed, Adán, abrévate en mi boca!
¡Ten fe y obra el milagro! ¡Mis besos serán buenos
como el agua que un día brotara de la roca
y como la que el Hijo de humildes nazarenos,

que será, de amar tanto, Dios mismo, cambie en vino!
¡Si tienes hambre, toma: mi corazón es vianda!
¡Mis ojos son antorcha de luz en tu camino!
¡Y el camino soy yo! -¡Oh, bebe y come y anda!

¡En mis débiles brazos está tu fortaleza,
por mí lo serás todo y triunfarás en todo;
por mí tus ojos pueden descubrir la belleza,

tus pasos echar alas, tu suavidad ser fuerte!…
Yo soy quien te completa, ¡mortal! ¡Desde que el lodo
se llenó del aliento de Dios contra la muerte!