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09 Ene 2022
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

¡Ay, triste España de Caín!, de Unamuno

¡Ay, triste España de Caín, la roja
de sangre hermana y por la bilis gualda,
muerdes porque no comes, y en la espalda
llevas carga de siglos de congoja!

Medra machorra envidia en mente floja
—te enseñó a no pensar Padre Ripalda—
rezagada y vacía está tu falda
e insulto el bien ajeno se te antoja

Democracia frailuna con regüeldo
de refectorio y ojo al chafarote,
¡viva la Virgen!, no hace falta bieldo.

Gobierno de alpargata y de capote,
timba, charada, a fin de mes el sueldo,
y apedrear al loco Don Quijote.

Ha pasado a la historia del pensamiento más como filósofo, ensayista, novelista y dramaturgo, pero el bilbaíno Miguel de Unamuno (1864-1936) es también un excelente poeta. Un poeta diferente, con voz muy propia, muy peculiar. La suya es una poesía del espíritu, tosca a veces en la forma y falta de ritmo, pero riquísima en la reflexión y en el concepto. Hace unas veces poesía filosófica, casi como un prólogo lejano de lo que medio siglo después fue la poesía existencial (recordaréis su famoso soneto que empieza diciendo «Este buitre voraz de ceño torvo / que me devora las entrañas fiero / y es mi único constante compañero / labra mis penas con su pico corvo…»); otras veces, poesía religiosa, como en su célebre El Cristo de Velázquez; otras, poesía política, como en este soneto de aire machadiano que hoy os traigo.

Machadiano este soneto no sólo porque cuando lo publicó, dentro del poemario De Fuerteventura a París (1925), llevaba antes de los versos unamunianos una cita de Antonio Machado -«Un trozo de planeta / por el que cruza errante la sombra de Caín», de Campos de Castilla-, sino también porque ese dolor por las dos Españas, por la España cainita, es una de las constantes del poeta sevillano, contemporáneo del bilbaíno. Aquí trajimos de Machado un poema, El mañana efímero, que es de 1913 y con el que enlaza el de Unamuno que hoy os traigo. Leed -o escuchadme- uno y otro seguidos. Parecen de la misma mano, de las mismas cabeza y corazón. Pura y dura Generación del 98.

La España «que ora y bosteza, / vieja y tahúr, zaragatera y triste» de Machado y la «roja / de sangre hermana y por la bilis gualda» les dolía y preocupaba profundamente a ambos. Esa España mató y resucitó varias veces al filósofo bilbaíno, uno de los pensadores más influyentes de su tiempo, y no solo en nuestro país. Fue rector de Salamanca en tres periodos diferentes, todos ellos terminados a la fuerza, por decisión de la autoridad gubernativa de turno. El tercero y último, en otoño de 1936, acabó por orden del general Franco, al que Unamuno había apoyado inicialmente en la sublevación, pero del que se había alejado públicamente en su famoso discurso del día 12 de octubre en el paraninfo universitario, durante la apertura del curso académico y de la celebración del denominado Día de la Raza. «Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho», le dijo allí al general Millán-Astray, tras unas soflamas de este contra la inteligencia y de exaltación de la muerte.

Unamuno fue destituido de inmediato del rectorado y quedó en arresto domiciliario. Dos meses y medio después, el 31 de diciembre de 1936, fallecía en su casa. «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo», escribió entonces Antonio Machado, desde la España republicana.

Yo digo y siento así este poema sobre -o contra- la España cainita: