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13 Abr 2024
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Amor y pérdida en Ángel González


 

Poesía amorosa, poesía social, poesía existencial. Hay muchos tipos de poesía en la obra de Ángel González. También en la forma hay varios Ángel González. El de los versos libres, libérrimos, y el de los sonetos perfectos, por ejemplo.

Hoy nos vamos a asomar a sus poemas de amor. De amor y de pérdida… Creo que en los próximos minutos vas a sentir como pocas veces antes en este espacio.

Soy Arsenio Escolar y esto es Poemas sentidos.

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
(…)

Así comienza uno de los poemas más conocidos del ovetense Ángel González, una de las figuras centrales de la llamada Generación del 50, de la que ya hemos hablado aquí hace muchas semanas, cuando os traje a Gloria Fuertes. Generación del 50 o Generación del Medio Siglo. El siglo era el pasado, el XX. La generación estaba repleta de grandes poetas: Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Francisco Brines, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda, José Agustín Goytisolo, María Victoria Atencia…

A todos ellos les unía una cierta desesperanza sobre la situación que vivía España en esos tiempos del siglo pasado, durante los primeros años de la dictadura franquista, la denuncia de la injusticia social, el pesimismo, las contradicciones…

A Ángel González le había marcado especialmente el periodo de la Guerra Civil. Su padre había muerto cuando él apenas tenía 18 años, uno de sus hermanos falleció en 1936 a manos del bando nacional, otro hermano se tuvo que exiliar tras la contienda, una hermana no pudo ejercer como maestra por sus convicciones republicanas… 

Como Rafael Alberti dos décadas antes, fue durante una convalecencia recuperándose de una tuberculosis cuando Ángel González se aficionó a leer poesía y a escribirla. Acabó siendo muy seguido y admirado en España y en América, ingresó en la Real Academia, es el maestro reconocido por poetas de las siguientes generaciones. Ha dejado una honda huella.

Es, en conclusión, uno de los grandes. Y como a todos los grandes, a Ángel González hay muchas formas de acercarse. Necesitaremos varios episodios de este espacio para explorarlo bien. Hoy no vamos a hablar de su poesía social, que la tiene. Ni de la que llamaríamos poesía existencial, que también la tiene, y honda, profunda, bellísima. Como ese poema que os decía antes:

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo

Hoy vamos a hablar de sus poemas de amor. Escribió muchos, y muy variados. Por las formas, de los versos libres y blancos a los sonetos técnicamente perfectos, se diría que son obra de distinto autor. 

Vamos a empezar por uno de los del primer grupo. Sin estrofa tradicional, y con una leve rima asonante en los versos pares que le da a todo el poema una cadencia muy musical. Lirismo puro. No tiene título. Y dice así: 

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz-cualquiera…

Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.

¡Qué dos bellísimos endecasílabos paralelos para terminar! “Bajo ese amor que crece y no se muere, / bajo ese amor que sigue y nunca acaba”.

Mira este otro poema que te traigo ahora. También sin estrofa tradicional, también con una leve rima asonante en los versos pares, también con dos bellos versos paralelos para acabar. Dice así:

Por aquí pasa un río.
Por aquí tus pisadas
fueron embelleciendo las arenas,
aclarando las aguas,
puliendo los guijarros,
perdonando a las embelesadas
azucenas… 

No vas tú por el río:
es el río el que anda
detrás de ti, buscando en ti
el reflejo, mirándose en tu espalda. 

Si vas de prisa, el río se apresura.
Si vas despacio, el agua se remansa.

También el poema que viene ahora es muy especial. Es breve y sorprendente. Ángel Gonzalez le puso el título de Eso era amor, y dice así:

Le comenté:
-Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
-¿Te gustan solos o con rímel?
-Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.

Este punto de humor en su poesía amorosa lo lleva Ángel González mucho más allá en el poema que ahora os traigo. Es ya humor e ironía, y hasta con un cierto atisbo de crítica social. Se titula el poema Inventario de lugares propicios al amor, y dice así:

Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
—sin interés alguno—
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿A dónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio. 

Vámonos ahora a otro registro técnico de Ángel González, vámonos al poeta amoroso en estrofas tradicionales. Lo hacemos con dos sonetos. El primero es alegre, claro, luminoso…

Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada. 

Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.

Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…

Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.

El segundo, con el que vamos a acabar, es un poema de ausencias, de pérdida. Un tristísimo poema de amor. Un soneto que dice así:

Me he quedado sin pulso y sin aliento
separado de ti. Cuando respiro,
el aire se me vuelve en un suspiro
y en polvo el corazón de desaliento.

No es que sienta tu ausencia el sentimiento.
Es que la siente el cuerpo. No te miro.
No te puedo tocar por más que estiro
los brazos como un ciego contra el viento.

Todo estaba detrás de tu figura.
Ausente tú, detrás todo de nada,
borroso yermo en el que desespero.

Ya no tiene paisaje mi amargura.
Prendida de tu ausencia mi mirada,
contra todo me doy, ciego me hiero.