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26 Jul 2020
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa, de uno de los Argensola

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.

Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?

Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!

Sí, este A una mujer que se afeitaba… (de ponerse afeites, cosméticos, hoy maquillaje) es uno de los más célebres y perdurables sonetos de nuestros Siglos de Oro; y no, no es obra de ninguno de nuestros grandes sonetistas áureos: ni de Lope, ni de Quevedo, ni de Góngora… Es de alguien hoy poco recordado, de uno de los Argensola, dos hermanos aragoneses de Barbastro, uno y otro con empleos cortesanos, los dos admiradores de los latinos Horacio y Marcial, sonetistas técnicamente perfectos, ambos del paso del clasicismo del siglo XVI al barroco del XVII. Hay algunos expertos que sostienen que el poema es del mayor, Lupercio (1559-1613), y hay muchos más que argumentan que es del menor, Bartolomé Leonardo (1561-1631).

Sea como fuere, lo cierto es que estamos ante una pieza magistral que en muy pocos versos toca algunos de los principales temas de su tiempo -las apariencias, la belleza fingida, el poder del dinero…- y salpimentados con los más genuinos aromas de entones: un punto satírico, otro epigramático, algo de moralismo, también de reflexión y filosofía, mucho de desengaño… Algunas de las frases son memorables -«es tanta la beldad de su mentira», «ese cielo azul que todos vemos ni es cielo ni es azul»- y han sido refritadas por autores ulteriores, de Calderón a Borges.

Escribió bastante más el hermano menor que el mayor, pero ni uno ni otro tuvieron mucho interés en que se divulgaran sus versos. Gabriel Leonardo, hijo del mayor, recopiló y publicó en 1634, ya muertos ambos, unas Rimas de su padre y de su tío tan revueltas que no señaló de quién de los dos era este soneto imperecedero.

Yo lo siento así: