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13 Jun 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

A la abolición de la esclavitud en Cuba, de Carolina Coronado

Si libres hizo ya de su mancilla
el águila inmortal los africanos,
¿por qué han de ser esclavos los hermanos
que vecinos tenéis en esa Antilla?

¿Qué derecho tendrás, noble Castilla,
para dejar cadenas en sus manos,
cuando rompes los cetros soberanos
al son de libertad que te acaudilla?

No, no es así: al mundo no se engaña.
Sonó la libertad, ¡bendita sea!
Pero después de la triunfal pelea,

no puede haber esclavos en España.
¡O borras el baldón que horror inspira,
o esa tu libertad, pueblo, es mentira! 

Hace pocas semanas, os traía aquí un soneto de la hispanocubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, una de las figuras del romanticismo en español y del movimiento antiesclavista. Hoy os traigo un soneto antiesclavista y cubano de otra poeta romántica contemporánea suya, la extremeña Carolina Coronado (1820-1911).

De familia burguesa, pero autodidacta en poesía a la fuerza (“Mis estudios fueron todos ligeros porque nada estudié sino las ciencias del pespunte y del bordado y del encaje extremeño», cuenta en una carta sobre su infancia en Badajoz, donde sus padres se trasladaron desde el Almendralejo en que ella nació), Coronado acabó siendo una figura central de la vida cultural y social de Madrid a partir de mediados del siglo XIX. Casada con un diplomático estadounidense, las principales figuras de la literatura y la política de la época frecuentaban las tertulias del palacete de la pareja en el barrio de Salamanca, construido en una parcela segregada de la finca del marqués que le da nombre al elitista barrio.

Carolina Coronado fue también una de las primeras feministas de nuestras letras. Eran tiempo en los que a muchas de las que escribían se les consideraba poco menos que trastornadas. En su poema La poetisa en el pueblo refleja el rechazo y las burlas que recibían: «¡Ya viene, mírala! ¿Quién? / – Esa que saca coplas. / –Jesús que mujer más rara. / –Tiene los ojos de loca (…) / Más valía que aprendiera / a barrer que a decir coplas. / -Vamos a echarla de aquí. / -¿Cómo? -Riéndonos todas.» Otro, muy corto y de título muy largo –En un álbum de una señora que quería que se dijese algo acerca de la desgracia de ser mujer-, dice así: «¡Oh Dios! nacer mujer es triste cosa, / desventurada suerte nos rodea. / ¡Ay infeliz de la que nace hermosa! / Y ¡ay infeliz de la que nace fea!». Desde su posición privilegiada en la sociedad de su tiempo, Carolina Coronado impulsó la Hermandad lírica, una especie de red de mujeres escritoras que se llamaban hermanas y se apoyaban mutuamente. Fue un precedente remoto de lo que ahora llamamos sororidad.

El poema que hoy os traigo es muy representativo de esta mujer pionera en el apoyo a buenas causas. Es de 1868, justo cuando en España acababa de producirse la Revolución de la Gloriosa, que supone la caída de Isabel II y el comienzo de lo que se conoce como Sexenio Democrático, primero con la monarquía parlamentaria de Amadeo de Saboya y después con la Primera República. La Revolución fue en septiembre, el soneto se da a conocer y se declama en público el 14 de octubre y provoca un gran escándalo político. Coronado, que había sido una de las intelectuales que impulsaron el cambio de régimen -«Sonó la libertad, ¡Bendita sea!»- y era directiva, con Concepción Arenal, de la Sociedad Abolicionista, recuerda a sus compañeros de revolución que aún queda una enorme mancha en nuestra vida pública: el esclavismo en las provincias americanas de Puerto Rico y Cuba. Los dos versos finales del soneto son muy contundentes: «¡O borras el baldón que horror inspira, / o esa tu libertad, pueblo, es mentira!».

Yo digo y siento este soneto así: