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18 Ago 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Un mar de dunas

Mamen, nombre inventado, acudió en mi taxi sola a una playa muy poco transitada. Apenas llevaba consigo una toalla, un libro, un sombrero de paja y un vestido de papel de fumar.

—Déjeme ahí, junto a esas dunas —me dijo. Pero en lugar de «dunas» yo entendí «dudas», «entre esas dudas», y aquella inquietante expresión picó muy mucho mi curiosidad, hasta el punto de aparcar después el taxi, adentrarme entre sus «dudas» y espiarla.

Cabe añadir que soy muy voayeaur; mucho. Me apasiona mirar, pero únicamente eso, mirar, saciar mi sed con los ojos y luego marcharme. Suelo hacerlo con frecuencia, desde que tengo uso de razón (y un taxi). Simplemente miro sin ser visto, disfruto del momento, analizo y acaricio lo que veo y después me largo. En esta ocasión me resultó fácil porque había dunas a pie de playa, y matojos de plantas silvestres por doquier. Así que me planté tras las plantas, valga la frase, y ahí permanecí un buen rato, escondido, observando a Mamen estirar su toalla y quitarse el vestido vaporoso, y tumbarse boca arriba, y abrir aquel libro cuyo título, a esa distancia, me fue imposible distinguir (me faltan prismáticos para profesionalizar mi voayeurismo, pero llevarlos en la guantera sería rebasar una línea peligrosa y sin retorno). Prefiero, en fin, perderme algún que otro detalle e imaginar el resto: ¿estará leyendo Guerra y Paz? ¿la Ilíada de Homero, tal vez?

En cualquiera de los casos sostenía el libro entre sus tetas a modo de atril de silicona, proyectando una sombra como de corazón estirado en su vientre bronceado. Traté de centrarme en el porqué de un entorno tan discreto, la nada alrededor, apenas ella y su libro, ¿qué le llevó a ir en taxi tal lejos (habiendo playas más cercanas) para esconderse de la gente? ¿Huía acaso de mirones como yo? ¿Qué importa ser observado si acaso crees que nadie mira?

Pero mi curiosidad y mi poca cabeza me empujó a querer saber más. Necesitaba descubrir qué andaba leyendo para disipar mis dunas. Así que, tras un buen rato, cuando ella se incorporó para darse un baño, corrí sin pensarlo en dirección a su toalla donde reposaba el libro (ella aún caminaba de espaldas, mar adentro), y justo cuando ya me encontraba a un paso de su toalla, cuando conseguí distinguir la portada de aquel libro, ella se volteó. me pilló in fraganti y lanzó un grito:

—¡Al ladrón!

—No, no, no. Te equivocas.

—¿Qué haces ahí? —volvió a gritarme —Espera… ¿eres el taxista?

Tomé su libro entre las manos.

—¿Paulo Coelho? ¿En serio?

Dejé el libro en su sitio y me alejé indignado. Y ella, seguramente, al ver que me alejaba pisando bien fuerte la arena, incrementó sus dudas. Unas dudas que jamás conseguirá disipar leyendo a Coelho.