PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

30 Abr 2021
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Somos mentira (en los libros)

Llevo un mes volcado en cuerpo (y taxi) y alma en mi próxima novela. Y uno de los rasgos, a mi juicio, más destacables, es la creación y recreación mental de cada personaje.

Me baso en una técnica que he ido aprendiendo a lo largo de los años: Cuantos menos rasgos físicos describas del protagonista, mejor. Y cuanto más se sepa o se intuya de él, también mejor. Si quieres enganchar al lector y hacerle partícipe de la historia, tendrá que ser el propio lector quien imagine al personaje como mejor le encaje. Cada cual, por ejemplo, tenemos nuestro canon de belleza física y gestual, máxime si esa belleza está dotada de cierto atractivo. Adjetivos como ese, «atractivo», o «sensual» son mucho más exactos e íntimos en lo que a la imaginación se refiere. Y, por añadidura, no hace falta contar demasiado al respecto. Si yo digo, por ejemplo, que ayer viajó en mi taxi una mujer de «ojos profundos», o de «mirada penetrante», no sólo imaginarás esa mirada sino también los demás rasgos del rostro en su conjunto (y, por extensión, el resto de su cuerpo). O si hablo de su voz «insinuante» o incluso «elegante», os vendrá a la mente ciertos hombres o mujeres reales de vuestro catálogo mental que vincularéis al texto. Y a la contra, si yo os digo de alguien que es «tosco», o «grosero» enlazaréis esa idea con alguien de trazos gruesos, «grasiento» y, a la postre, desagradable de ver.

Reconozco, sin embargo, que dotar al personaje de una expresión tirando a mínima (en cuanto a adjetivos se refiere) activa a su vez nuestros prejuicios. Tender a reducir los rasgos físicos, queramos o no, etiqueta también el resto de características que lo definen. Por eso es importante dotarlo de voz que contraste ese físico. Una voz única en cada uno de los casos. Un pasado, un presente y unos puntos suspensivos (que mantendrá al lector confiado y expectante a su vez).

Extrapolando todo esto a mi propia persona, no sabría decir con qué rasgo concreto me definiría. Ni mi sensualidad eclipsa todo lo demás, ni mi atractivo, ni mi voz insinuante (si es que acaso pudiera definirme con alguno de esos rasgos). No soy, por lo tanto, ningún personaje literario. Y me temo, aún sin conocerte, que tú tampoco.

De hecho, nadie lo es.