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27 Abr 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Prohibido hablar de antipolítica

Es un hecho: ya no se puede hablar de política. Hoy las diferentes posturas están tan polarizadas, es tal la irracionalidad, que cualquier debate serio y calmo es imposible.

En mi taxi hablamos del tiempo, y del tráfico, y de vacunas, y de zonas sanitarias restringidas, y apenas nada más salvo excepciones. La gente, supongo, está harta del ruido. Ruido en las tertulias, ruido en los estrados, ruido en las redes. Supongo que todos, en mayor o menor medida, hemos caído en la trampa.

Cuando nos posicionamos en una u otra opción política, buscamos reforzarla con noticias positivas de «los nuestros» y negativas del contrario (aunque sean mentira: no gastamos ni un segundo en contrastarlas siempre y cuando esa noticia estimule nuestro odio al contrario). Y esto, en fin, nos retroalimenta hasta tal punto, que odiamos visceralmente y adoramos ciegamente, sin matices en ninguna de las dos direcciones. Y acabamos por no entender cómo alguien es capaz de simpatizar con opciones diametralmente opuestas a las nuestras.

Hemos alcanzado tal grado de locura, que mostrarte abiertamente contrario al racismo o la xenofobia te posiciona directamente en una opción contraria a otra igualmente válida (y abierta a pactos). No hemos sabido establecer líneas rojas comunes a todos, ni marcar un cordón sanitario en torno a lo que dictan los derechos humanos. Hace años, por ejemplo, nadie hablaba de ciertos asuntos porque ya se creían superados. Pero hoy, sin embargo, esos mismos asuntos antes desterrados están en boca de todos y monopolizan las redes sociales día tras días (y más en campaña). Es agotador volver al principio y replantearnos cuestiones que ya no eran (ni deberían ser) motivo de debate.

Del mismo modo, me encocora muchísimo charlar con gente encantadora que se vuelve monstruosa e irracional cuando pasamos a debatir asuntos políticos. La política está sacando lo peor de nosotros y eso, paradójicamente, es contrario a la definición misma de «política». «Antipolítica» sería hoy, por tanto, el término más exacto, o lo que es lo mismo: evitar debatir ideas de calado en favor de un sentimiento ciertamente altivo e irracional. Nos estamos animalizando, quiero decir.

Yo, por mi parte, no pienso entrar en ese juego. Prefiero centrarme en la ficción y, a través de ella, en emociones comunes a todos. Es la única forma que encuentro de «construir» sociedad. Mi particular e insignificante granito de arena a pesar del lodo.

He dicho.