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20 Ene 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Raro y suave

Cuando vives encerrado en tus ficciones, salir a la calle es todo un reto. La gente ahí fuera se puede (aunque no se debe) tocar.

He tomado un taxi casi por inercia. No tengo claro el destino, pero sí el motivo del trayecto: sentirme igual que antes, cuando yo era el taxista, pero a la inversa. Le digo al taxista un destino al azar:

—A… la plaza del Ayuntamiento, por favor.

Conozco un par de buenos bares por la zona, y llevo en la mochila mi portátil para darle a la tecla fuera del búnker. El taxista es un tipo más joven y más guapo que yo, lo cual me retrotrae a mis comienzos; cuando todo era nuevo, y las calles de aquel Madrid aún no tenían nombre para mí. Me da por pensar que es un viaje en el tiempo y que, en un lío cuántico, los papeles se invirtieron. El taxista soy yo hace diez años en una ciudad aún extraña (os recuerdo que ahora vivo en Valencia). Hablo con él:

—¿Qué tal va la cosa? —le pregunto.

—Rara y suave— me dice. Exactamente lo mismo que habría dicho yo en aquellos tiempos.

—Por el covid dices, ¿no?

—Valiente bicho. Nos ha volteado la vida.

Me encanta la expresión que ha utilizado: «Nos ha volteado la vida». Pienso usarla en un relato. De hecho, saco la libreta y la anoto. Después se hace el silencio. El taxista me mira a ráfagas a través del espejo.

—Disculpa, pero tu cara me suena muchísimo —me dice de repente.

Le habría dicho que en realidad estamos viajando en el espacio-tiempo y él soy yo y viceversa, pero reculo:

—Fui taxista en Madrid y escritor y bloguero. Contaba anécdotas del taxi.

—¿Eres… Daniel?

—Sí.

—Hostia, tío. Qué subidón. Escuché por ahí que te habías mudado a Valencia. ¿Puedo hacerme un selfie contigo? Ya verás cuando lo cuente en el grupo.

—¡Claro!

Aprovechando un semáforo, el taxista toma su móvil, nos cuadramos en la pantalla y hace tres fotos.

—Un placer, ¿qué tal te va por aquí? —me dice.

—Raro y suave —contesto.

—Jaja. Oye, ¿llevas prisa? ¿Paramos en la plaza y nos tomamos un café?

—No. Prisa ninguna. Adelante.

Dejó el taxi en la parada y fuimos a un bar. Él pidió un café con leche, lo mismo que pedía yo hace diez años. Y yo lo pedí solo y amargo, como el futuro.

Hablamos muchísimo. Su voz era el eco de mi voz pero a destiempo.

Después se marchó, entré un momento al baño y rompí a llorar.