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27 Ene 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Cuando somos monosílabos

«Ya no», me dijo. Fue hace muchos, muchos años, pero esas dos palabras todavía cortocircuitan mi mente igual que aluminio dentro de un microondas.

Imagínate el contexto:

—¿Me quieres?

—Ya no.

No hay proporción que valga: A veces dos monosílabos duelen mil veces más que uno. Si me hubiese contestado simplemente «no», cabría entender que nunca llegó a quererme, o que el amor no fue el motor de arranque de aquella relación. Sin embargo, ese «ya» indicaba antecedentes: que tal vez me quiso, pero que esa llama se apagó, o decidió echar agua encima (fría o hirviendo: las dos apagan por igual), o pisarla descalza y quemarse. El ego sufre un esguince brutal cuando ese «ya» resulta inevitable, innegociable e irreversible. Nada puede hacerse para enmendarlo. ¿Qué hice mal? Tal vez nada. ¿Qué hice bien? Tal vez nada. Simplemente ella despertó antes que yo, se quedó mirando mi rostro temporalmente inerte, y reflexionó sin el filtro de la inercia. ¿Quiero estar con este hombre?, pensaría. ¿Me complementa?, pensaría. ¿Acaso somos uno? ¿acaso dos unidades cuya suma despeja cualquier incógnita o estamos, a la postre, sumando peras y manzanas?

Aunque ese «ya» también pudo ser la almohada que amortiguara el golpe. Que nunca me quisiera realmente y, sin embargo, me regalara gratis un «ya» para adornar nuestros meses en común y colgar el conjunto en la vitrina de los buenos recuerdos. No es lo mismo un «ya no», que un solo «no», o un «nunca», quiero decir. Ni de puto lejos. Cambia radical y de un plumazo el recuerdo compartido. Un escueto monosílabo, en fin, puede conseguir variar el curso de los planetas, o incluso invalidar las rutas planetarias anteriores. Para que luego digan que el tamaño no importa.

PD. ¿Para cuándo un departamento del «Ya» en la NASA?