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29 Sep 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Qué decir

A pesar de las mascarillas nos reconocimos al instante. Eran sus mismos ojos pero diez años más tarde, y eran mis ojeras de siempre y mi taxi de siempre el que frenó en el momento justo y el lugar preciso. Doce y trece del mediodía, paso de peatones de la calle Fuencarral y una duda: ¿nos saludamos?

Fue al cruzar que me miró y abrió los ojos como platos. Entiéndase el impacto brutal de encontrarte con alguien que creías muerto, desterrado, o al menos llegaste a matar en tu memoria. En aquellos tiempos, cuando fuimos vivos, recuerdo que ella acabó por hacerme mucho daño, o tal vez fuera yo el cabronazo, depende de a quién preguntes. En cualquiera de los casos nos quisimos mucho. Fue muy tórrido todo, muy intenso todo, muy rápido; hubo huella clavada en el pecho de ambos y tardamos en olvidar aquello (más o menos tiempo, depende de a quién preguntes). Ella dejó de seguirme en las redes, yo perdí el rastro de su rostro en mi cabeza y el tiempo nos dibujó caminos distintos que acabaron confluyendo en aquel paso de cebra.

En perspectiva, no es en absoluto fácil saber reaccionar y sopesar al instante la opción apropiada. Si tal vez decirle: «¡Ey, hola! ¡Cuánto tiempo! ¿Todo bien?», ante lo cual ella se vería obligada a dar una respuesta rápida «Sí, todo bien. ¿y tú?», o puede que un «Hola, perdón, que llevo prisa, ¡chao!» y todo esto envuelto en un contexto extraño: ella caminando y yo al volante de mi taxi. De haberse dado el caso, quien habla primero es también el primero en tomar posición, en mojarse respecto a lo que fuimos y ahora somos (bah, ya pasó mucho tiempo; la distancia borró el rencor y es cortés saludar a quien ha formado parte de tu vida). Y, del mismo modo, la parte contraria suele verse obligada a contestar y a ejercer el mismo rol: si tú has demostrado cerrar esa herida, yo he de demostrar haberla cerrado también.

Pero no sucedió nada de esto. Después de mirarme y yo a ella, abrió la boca contrariada, como a punto de decirme algo, pero luego reculó y siguió la inercia de sus pasos. Su primer impacto fue el de saludar a un conocido, pero en esto le asaltó el fichero de spam no deseado y decidió no abrirlo. Dio unos pasos más y, cuando ya se encontraba al otro lado de la acera y yo ya había reiniciado la marcha, paró en seco y volvió de nuevo la vista a mí. Lo vi por el espejo retrovisor al tiempo que me alejaba: ella cada vez más pequeña (y yo por dentro, también). Pero a pesar de habernos evitado, ninguno de los dos podrá evitar remover aquella historia nuestra. Pasaron diez años y sin embargo el tiempo se acorta en situaciones así. Y ella, supongo, volverá a buscarme en twitter (yo lo hice; aún recuerdo su nick) y verá un enlace a este post y dudará por un instante si pinchar, pero lo hará. Leerá estas palabras y aprovecho lo que sigue para decir que, pasado ya el impacto y a pesar de estar aún muerto para ti, me habría encantado revivir por un instante para decirte simplemente «hola».