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19 May 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Ocho días conduciendo un taxi en Valencia

Llevo poco más de una semana conduciendo un taxi por las calles de Valencia y ya tengo argumento para cinco novelas. Las calles son amables y el calor húmedo me trasladó por momentos al vientre de mi madre.  ¿Qué más puedo pedir?

He llevado en mi taxi a una fallera, a un tipo clavadito a Pete Doherty cuando cumpla 60 (si los cumple) y a una chica cuyos labios me volvieron de repente agnóstico. He sido feliz en tres idiomas distintos y he orinado en una huerta con la Ciudad de las Ciencias al fondo. Bajo una hilera de árboles, mientras hablaba con taxistas de mi vida en Madrid, me ha caído una naranja en la cabeza. He hablado con Miss Lituania de la importancia de los pronombres. Un hombre muy negro, muy alto y muy delgado me ha dicho «Jusgados, por favor. Juisio. Yo no hise nada. Juro». Una veinteañera me ha llamado «amigui» (tres veces). He escuchado conversaciones telefónicas que no podría reproducir sin consultarlo antes con un abogado. Ahora sé que existen al menos siete formas distintas de decir «Oceanográfico». Ahora entiendo la importancia de la mascarilla en las distancias cortas cuando alguien te dice «Massanassa». Llegué a estar tan metido en mi papel de buscador de historias que me olvidé hasta de comer. He perdido tres kilos en ocho días.

Gracias a la tecnología móvil me he movido como pez en el agua en una ciudad que apenas conozco de nada. He sufrido dos leves Síndromes de Stendhal (uno de ellos lo confundí con un microinfarto porque empezó a dolerme un brazo, pero al final no). He almorzado a las diez de la mañana en un bar alemán de ciclistas (aquí lo llaman «esmorzaret»). He mirado a los ojos a un niño de diez años y casi rompo a llorar. He parado el taxi en la playa del Saler y no he podido evitar meter los pies en el Mediterráneo. Tremenda sensación.

He pensado en Venus, el planeta, no sé muy bien por qué. He visto a un señor de ochenta años corriendo hacia el agua desnudo. He hablado con cincuenta y cinco usuarios distintos de temas variados. Con uno hablé de las Casas Colgadas de Cuenca como metáfora de la situación política (no llegué a entender la relación). Con otra hablé de la floración de los almendros. Con otro hablé de sexo tántrico. Con otra hablé de microcirugía y 5G. Con otra hablé de libros infantiles. De todos ellos, apenas recuerdo tres o cuatro caras.

¿Te parece suficiente? Para mí no lo es. Estoy exhausto, pero necesito más.