PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

11 Ago 2021
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Monstruos, venid a mí

Sucede algo extraño en mi cabeza y es por esto que no puedo llevar una rutina cuando escribo (tal y como hacen, me consta, el resto escritores que viven o pretenden vivir de su oficio).

Escribo todos los días, sin excepción y le echo horas, muchas, pero no siempre las mismas. Cuando abro un documento en Word (ya sea en mitad de la noche o a las siete, como hoy, de la mañana) a menudo veo cosas que me atrapan —musas susurrando que he de transcribir a toda prisa, casi al dictado— y así es difícil seguir una línea coherente y retomar lo de ayer, lo de anoche, en el punto exacto donde lo dejé. Los susurros, llamémoslo así, siempre son nuevos, y me asaltan a traición a cada rato (esta misma mañana, por ejemplo, pude ver nítida una historia a partir del plátano de la Velvet Underground y tuve que escribir sobre eso y añadirlo como pude a la trama de mi nueva novela procurando, eso sí, esconder las costuras).

Me consta que estoy escribiendo algo genial, algo nuevo de verdad.  O al menos tiene una voz potentísima porque rezuma una mezcla de rabia y belleza y ganas de tener ganas que atrapa de la hostia, pero temo que no exista un público objetivo capaz de dejarse llevar y quedarse a vivir entre sus páginas. Quiero decir que estoy disfrutando muchísimo escribiendo, que no sé en qué día vivo ni hay domingos para mí, que jamás me aburro o al menos nunca hago eso de «matar el tiempo», y que ahora soy harto feliz, pero no sabría decir si el fruto de tamaño delirio pudiera llegar a venderse en proporción al curro que lleva detrás. Resumiendo: confío en mí a rabiar, pero tú no eres yo (entiéndase escuchando Losing my religion).

Y aquí está mi duda: vivir de escribir no es lo mismo que vivir para escribir, y a menudo me pregunto si realmente debería retener mis ideas más locas o tal vez edulcorarlas para el consumo masivo. La autoficción, que es el género que casi siempre he practicado, conlleva tropezarte con monstruos por el camino para después domesticarlos y jugar con ellos (o ellos contigo). Pero son monstruos propios y a ti te encontré en la calle.

No sé si me explico.