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03 Ago 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Adaptándome a mi nueva vida de escritor

Llevo muchos años, demasiados, escribiendo sobre mi taxi y desde mi taxi. No me refiero a escribir encima del taxi (aunque una vez redacté un artículo dentro del maletero; eran tiempos extraños).

Muerto el taxi, muerto Madrid, ahora mi cabeza es un remix de recuerdos que han de convivir con un futuro ciertamente incierto. Vivir únicamente de escribir es lo más loco que he hecho nunca (descartando aquella vez que me dio por conducir mi taxi vestido con ropa interior femenina por fuera del pantalón y la camisa, como un Superman transformista). Quiero decir que, la locura, lejos de haber terminado, inicia una nueva etapa y he de adaptarme cuanto antes o el fracaso será bíblico.

Para empezar, me está costando bastante encontrar el lugar perfecto donde asentar el portátil y darle a la tecla. Fueron muchos años escribiendo dentro de mi taxi en el asiento del conductor, o en el asiento del copiloto, o en las butacas traseras (según el punto de vista que buscara captar en cada caso). De hecho, el 70% de mis textos están escritos desde ahí, y el otro 30% en bares. Salvo en raras excepciones, nunca he escrito en casa porque es aburridísimo: no hay ruido ni gente alrededor, y necesito ruido y gente y movimiento para darle el barniz de realidad y dinamismo que cada texto merece.

Ahora estoy en Denia (Alicante), en una casita muy cerca del mar, y aunque me llegue nítido el sonido del viento de Levante y de las olas, echo en falta ruido sucio de verdad. Encontré una web con audioteca de sonidos cotidianos, y vinculé a mis cascos uno llamado «bar», que emulaba el murmullo y el ruido de vasos de un bar. Y aquello no funcionó. Así que decidí trasladar mi despacho (con el murmullo del bar todavía atronando en los cascos) al asiento del copiloto del coche que tuve que comprarme después de dejar el taxi. Aquel cambio fue raro y, y he de reconocer que tampoco funcionó. Escribir dentro de un coche azul eléctrico aparcado en un garaje y con ruido de vasos y charlas enlatadas de fondo parecía no encajar, y sólo me salían frases huecas, como de plástico barato.

Lo siguiente fue conducir hasta un parking bastante concurrido cerca del puerto. Había mucho ambiente de vehículos entrando y saliendo, y chavales escondidos en las sombras, haciendo botellón. Aquel marco me pareció bastante propicio, y escribí del tirón durante un par de horas. Pero después me quedé dormido. Caí roque con las manos aún en el teclado y el dedo índice presionando la tecla «y».

No sabría decir cuánto tiempo estuve dormido. Cuando desperté, mi documento de Word tenía 137 páginas completas con la letra «y» (hagan el cálculo). Ya estaba amaneciendo, y el cielo lucía precioso.

Me gusta mi nueva vida pero todavía no consigo adaptarme del todo. Me está costando más de lo esperado escribir sin la excusa de un taxi de fondo para todo, y tengo la extraña sensación del pulpo en un garaje okupado. Pero no decaigo. En mi defensa diré que al menos aún no me ha dado por beber. De momento.