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18 Ago 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Mis vidas matrioshka

Me encuentro en un caserón en Benissa (Alicante). Vine aquí con la única intención de escribir. A todas horas. Todo el rato. Y por motivos que no vienen al caso, estoy solo.

Aquí soy yo y mis propios pensamientos. El aislamiento puede ser terrible o ciertamente liberador. No hay término medio. O te devoran tus demonios, o te sorprendes y te amas hasta el punto de volverte indestructible.

Aquí hay tumbonas, una pequeña piscina, un pozo, un cenador, tres o cuatro habitaciones, un mirador (se encuentra en la azotea de la casa y desde ahí se divisan ligeras montañas, y un trozo de mar, y casas blancas que parecen pintitas de gotelé, y al caer la noche se ven lucecitas como si el cielo se hubiese dado la vuelta). El marco es precioso. Llevo tres días aquí, y ya he escrito en una mesa de forja bajo una higuera, sentado al borde de la piscina, en el cenador, en el suelo del pasillo, dentro del coche y en el hueco de una ducha exterior.

Anoche, bajo un manto de estrellas, me sentí feliz. Estoy de vacaciones y no estoy de vacaciones. La sensación es rarísima. Cuando escribes a tiempo completo y estás dado de alta como autónomo (epígrafe 861 sección 2), no descansas nunca de verdad, pero el complejo entramado de tus pensamientos mola bastante. Tienes personajes en tu cabeza, y tramas locas, y a menudo te preguntas de dónde han salido esas tramas. Puedo estar bajo una higuera y en Utah al mismo tiempo. Puedo tener medio cuerpo debajo del agua y escribir una escena urbana con el portátil justo al borde de la piscina. Puedo beber whisky en una taza de desayuno con motivos florales. Puedo llorar desesperadamente sin tener razones que argumenten esas lágrimas (y a la contra; puedo reír hasta el esguince mandibular mientras te echo terriblemente de menos).

A la casa se accede por un estrecho y difícil camino privado. Alrededor no hay nada ni nadie, hace calor y sin embargo nunca voy desnudo por la casa. Me he dado cuenta que practico el decoro principalmente por mí y hacia mí. También alineo siempre el plato, la servilleta y los cubiertos cuando me toca comer. No es tanto un toc como ese mismo decoro que me impide ir siempre en pelotas (en realidad no sé por qué os estoy contando esto. Será, tal vez, la soledad que me empuja a contar cosas como quien lanza una bengala desde una isla desierta).

Me pregunto si realmente sería capaz de permanecer mucho tiempo aislado sin volverme loco. Y en tal caso, cuántas tramas más podrías salir de mi cabeza sin el estímulo de gente alrededor haciendo cosas. Si necesito gente alrededor haciendo cosas o si, a estas alturas de la película, ya he tenido más que suficiente.