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24 Ago 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Literatura y gotelé

Estamos reformando la que será nuestra nueva casa en Valencia. Los obreros eliminan el gotelé al tiempo que escribo estas líneas desde la terraza. Nunca imaginé que una combinación tan rara funcionaría tan bien.

No estoy aquí para vigilar su trabajo, sino porque me fascina lo que hacen (y porque la última semana estuve escribiendo asilado en un caserón harto silencioso, y ahora necesito gente y polvo y ruido). Busqué similitudes entre el acto de quitar el gotelé y reescribir un texto, y he de concluir que es casi lo mismo. La técnica es similar, aunque el cansancio de allanar una pared sea mucho más físico que el mío. Observando su trabajo, con esas máquinas chulísimas que lijan y aspiran al mismo tiempo, me ha dado por rescatar textos antiguos y es cierto que también rezuman gotelé y se notan anticuados. Recuerdo que apenas me costaba escribirlos del mismo modo que apenas costaba en su día estucar una pared (moviendo esa manivela que escupía gotas blancas igual que un perro rabioso; o cuando yo escupía palabras hasta llenar el folio). Pero hoy se estilan más las paredes lisas con un toque de color, y los textos lisos con un toque de color. Parece más sencillo lo de ahora, pero nada más lejos: no es posible disimular ni el más mínimo fallo en una pared lisa y sin embargo el gotelé permitía echar más gotelé encima para disimular irregularidades (en la pared o en el texto, indistintamente).

Hay que ser muy ducho y muy fino para pasar de un estado al otro sin que quede chapucero. Los operarios, como decía antes, se ayudan de una máquina que sin embargo no es compatible con lo mío. Lijar un texto implica eliminar palabras para hacerlo en apariencia más sencillo, pero conviene saber qué palabras sobran. Y darle después el color apropiado (un color suave, que encaje con la línea general del texto).

Algo que hice también esta mañana fue llenar la nevera de cervezas, porque siempre pensé que los obreros bebían cerveza en los descansos. Y para hermanarme con ellos y estar en su misma onda, abrí mi primera lata a cosa de las nueve de la mañana. El caso es que no son ni las diez y ya llevo tres. Iba a por la cuarta cuando uno de ellos se me acercó tímido y me dijo:

—Disculpe, señor. ¿Tiene CocaCola Zero?

Supongo, en fin, que todo en literatura y en las reformas ha cambiado (las técnicas, los hábitos). Procuraré aprender y adaptarme. Excepto en lo de la cerveza.