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05 Ene 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Mi carta a los Reyes

En mi carta a los Reyes Magos he pedido borrón y cuenta nueva, una minifábrica de ganas, más verbos, menos adjetivos, y un pop it.

Me traerán, como siempre, calcetines. Y entonces recordaré la enormidad de aquellos tiempos, cuando en la víspera preparaba leche y galletas para los camellos y me acostaba nervioso, con un ojo abierto jurándome que, este año sí, pillaría a los Reyes con las manos en la masa. Pero nunca lograba mantenerme en vela (el insomnio no es cosa de niños) y a la mañana siguiente, temprano, despertaba dando un bote (¡llegó el día!) y, antes de atreverme a comprobar la magia, entraba a hurtadillas en la habitación de mis padres, aún durmientes, y no podía más que despertarles, «¿vamos ya? ¿habrán venido?», y ellos nos acompañaban a mi hermana y a mí por el largo pasillo, y abríamos lentamente la puerta del salón, asomando primero la cabeza, y ahí estaba todo, ¡increíble!, los paquetes envueltos, el platito de leche ahora vacío y migas en lugar de galletas. Desenvolvía el paquete con el ansia de querer saber si habían leído las plegarias de mi carta («me porté muy bien y quiero un Lego Technics», escribía siempre). La escritura, ahora sé, trae magia.

Ahora es mi hija de siete años la que escribe cartas, aunque yo también. Y para no jugármela, siempre pido un libro y calcetines. Luego ella duerme como un tronco; yo no tanto. Me gana el insomnio tal vez porque sigo esperando pillar a los Reyes por sorpresa. Esta noche, además, activaré la alarma con sensor de movimiento.