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07 Oct 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Mapa de sonidos de una ciudad hastiada

Hoy las voces no se escuchan: se ven. Veo caras de hastío, veo hartazgo, lamentos sordos. El discurso político se ha convertido en un lastre; ya nadie quiere oírlos ahora que los hechos sepultaron el poder de la palabra.

«Escuece escucharlos», me dijo un usuario de mi taxi refiriéndose a la voz de un político en la radio. Apagué las noticias y el tipo respiró y soltó un sonoro: ¡Gracias! Me gustó la evocación de la imagen que propuso, «escuece escucharlos», como si el discurso político en general se hubiera convertido en sal directa a esa gran herida abierta entre ellos y la gente. Otra mujer me dijo que los políticos lo hacían adrede. «Sus batallitas dialécticas en el peor momento de la historia reciente responden a una estrategia clara: que el ciudadano acabe harto y desconecte de ellos para que sigan haciendo y deshaciendo a su antojo y con total impunidad».  «Es una constante función de teatro del absurdo», añadió. «El público piensa que el peso de la acción recae en los actores protagonistas, pero la realidad es que todo el poder está concentrado en todos esos que manejan el foco desde las sombras. ¿me entiendes? Nos fijamos solamente en lo que podemos ver. La luz es una gran trampa, y todos somos mosquitos».

Resulta sorprendente, sin embargo, la aplastante unanimidad entre los usuarios de mi taxi. Están hartos. Todos. Sin excepción. Desconozco el clamor de las demás ciudades, pero hoy Madrid está que arde: la izquierda, la derecha, el centro (si es que existe tal cosa). Todos rabian contra la política y los políticos, ya no hay medias tintas como antes, hace apenas unos meses, cuando aún había voces solidarias con los gobiernos autonómico o central: «Les cayó una buena. Es muy difícil gobernar y tomar medidas efectivas que contenten a todos en plena pandemia», decían entonces. «Normal que estén en shock», decían entonces. Pero ya han dejado (hemos) de decirlo. La ruptura es total y de difícil reconciliación. No he visto nunca nada semejante.

Y me duele especialmente porque siempre aposté por el poder de la palabra y por la importancia del debate crítico y la defensa de las ideas, no importa cuáles. Hoy el verbo está en parada cardiorrespiratoria, en la UCI que ellos mismos construyeron como atrezo. Hoy estoy triste, de luto.