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04 Jun 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Los teléfonos que hablan con los ojos

«Escucha esto: nunca nada sucederá según lo previsto. Cuanto antes lo asumas, más tranquila será tu vida» me dijo un hombre en mi taxi mientras cruzábamos el puente de Juan Bravo.

—Si estás pendiente de una llamada importantísima y toda tu energía y tu esperanza giran en torno a esa llamada, desiste. El teléfono no sonará. Y si suena, será un comercial de Vodafone dando por culo. O si, por algún casual de los casuales, la llamada se produce, nunca será en los mismos términos que habías recreado en tu cabeza. Será una noticia distinta, o habrá algún matiz decepcionante. Mira, tengo cincuenta y tres años y siempre ha sido así. De hecho, siempre será así. Pero ya me he dado cuenta. Lo tengo interiorizado y, ¿sabes qué? Te contaré algo: no esperes nada de nadie, no cuentes nunca con nadie y la palabra “decepción” desaparecerá de tu vocabulario y también un lastre pesadísimo. Si alguien, no sé, el director de tu banco por ejemplo, va y te dice: “Esta tarde sin falta te llamo y te doy una respuesta”, no esperes nunca esa llamada y ocúpate de tus cosas como si nunca, jamás, fuera a llamarte. Las falsas expectativas, la incertidumbre, destruyen tu tiempo.

—Me recuerda a ese verso de Sabina «Los teléfonos que hablan con los ojos»* —le dije.

—Una imagen muy gráfica, sí señor. Sería algo así. Estar pendiente del teléfono es una auténtica tortura. No eres capaz de concentrarte en nada y todo lo demás carece de importancia. Esperar con insistencia una llamada te convierte en un zombi para todo lo demás.

En esto, comenzó a sonar su teléfono. El tipo alzó las cejas, descolgó y dijo:

—Gracias, pero estoy contento con mi compañí… ¡Coño, Puri! ¡Cuánto tiempo! ¡Qué alegría saber de ti..! —tapó el auricular— Es mi exmujer. Páreme aquí. Iré caminando.

(*) Del poema Puntos suspensivos…