PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

02 Jun 2021
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Sobre fascismo y orgasmos

«Hombre, un poco fascista sí que eres… pero no pasa nada: todos arrastramos nuestras taras. Yo, por ejemplo, cuando tengo un orgasmo me da por llorar».

La cita no iba bien, pero justo en esa frase dio un extraño vuelco. Ella, que viajaba en el lado derecho de mi taxi, se había mostrado todo el trayecto abiertamente de izquierdas. Y él, sentado a su lado, no tenía reparos en reconocerse diametralmente opuesto a las ideas de ella. Tal vez la ideología política no fuera el tema más apropiado para una primera cita, pero ella no podía evitar dejar las cosas claras antes de dar ningún paso con él. Su militancia era parte sustancial de sí misma, y no podía permitirse obviarla. Él, por su parte, esquivaba los envistes de ella con la misma ironía. Pero justo al llegar a esa frase («Hombre, un poco fascista sí que eres… pero no pasa nada: todos arrastramos nuestras taras. Yo, por ejemplo, cuando tengo un orgasmo me da por llorar»), la cosa cambió bastante. El chico se quedó flasheado no tanto por el insulto de ella al considerarle un tarado, sino por el comentario posterior respecto a sus orgasmos.

De hecho, nada más oírlo él soltó un «guau» que le salió del alma. No se enfadó por lo de la «tara» (ni siquiera llegó a molestarse o comentarlo), sino que empezó a obviar el tema ideológico para intentar centrarse en el universo de los orgasmos. A fin de cuentas, para ella la ideología política era lo más importante, pero el sexo para él lo perdonaba todo (aunque eso de llorar después de cada orgasmo quedara raro y pudiera enmarcarse en el campo de las parafilias. A él no sólo no pareció importarle demasiado: podría decirse que incluso le gustó).

—¿Pero lloras? ¿Lo dices en serio?

—Ehm, sí.

—¿De alegría o de..?

—No lo sé. Dice mi terapeuta que los orgasmos me desdoblan y me vuelvo tan vulnerable que mi inconsciente viaja a la infancia.

—¿Hablas de esto con tu terapeuta? ¿Tienes un terapeuta?

—Una. Es mujer. Y tú también deberías.

—¿Por?

—Porque el fascismo tiene cura.

—Ehm, ya. ¿Pero son muy… digamos… «bestias» tus orgasmos?

—Supongo, sí. Depende con quién.

Y dicho esto, llegamos a su destino. El chico pagó el taxi con prisa y bajaron.

Lo que sucedió después se escapa a mis competencias. Desconozco quién ganó: si el fascismo de él o los orgasmos de ella.