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18 May 2023
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Los grises del hombre blanco

Alguien sube en mi taxi y apenas conozco su cero coma diez ceros y un uno final de su vida en su conjunto: por el momento, sólo hay prejuicios.

Un origen, calle Colón. Un destino, Avenida de Francia. Su voz (habla español; tal vez nació y vivió siempre en España), sus formas (nada más subir me dio los buenos días, y por el tono parece sosegado, amigable, cortés), el pantone de su piel, sus rasgos, su peinado (revuelto, aunque de peluquería), su edad aproximada (¿30?), su ropa (camiseta surfera, pantalón corto, deportivas de marca), su disposición en el asiento (bien sentado, espalda recta, tobillos en cruz, mano sobre mano), hacia dónde dirige su mirada (en dirección a la calle; extrañamente no ha sacado el móvil). Está sereno, como digo. No preveo en él conflictos, ni preocupaciones. Se encuentra, tal vez, en esa tierra de nadie entre la juventud y la madurez, sin aparentes problemas físicos, ni familiares (le intuyo de familia acomodada).

En un semáforo, frena a nuestro lado uno de esos coches que llaman la atención de cualquier aficionado a los coches (un Mustang verde lima y cuatro escapes; ruge fuerte), pero apenas le hace caso. No lo sigue con la mirada cuando acelera furioso. Sin embargo, instantes después, se queda mirando a un chico realmente guapo y musculado que pasa en bici a nuestro lado. Le adelanto despacio y observo por el espejo cómo mi usuario le sigue con los ojos aunque tímidamente, como si tratara de evitarlo en constante contradicción consigo mismo. No observa la bici (de paseo, de alquiler para turistas), sino al chico; y más concretamente al rostro del chico (rasgos nórdicos, rubio, pelo largo) y a las piernas del chico pedaleando (imagínenlas cinceladas en mármol).

Intrigado, procuro circular a la par que el ciclista. La vía es de tres carriles y el tráfico, lento. Le adelanto y le dejo pasar a intervalos sólo por ver si el usuario gira la cabeza para seguirle. Ahora le veo nervioso. Apoya el codo en el apoyabrazos de su puerta y esconde su rostro con la mano de cortina, pero sigue observándolo por entre los dedos.

En estas, recibe una llamada. Escucho muy a lo lejos la voz de una mujer al otro lado del teléfono.

—Hola, cariño —dice el usuario con voz baja pero ronca.

(Habla ella)

—No, oye. Me duele la cabeza. Hoy no salgo, ¿ok? Sal tú con Paula y los demás. Yo me quedo en casa.

(Habla ella).

—Bueno. Pásalo bien. Mañana nos vemos, ¿vale? Venga, un beso.

Y cuelga. Se muerde los labios. El de la bici ha girado por otra calle hasta desaparecer.

Llegamos a su destino. Me paga con el móvil. Se marcha. Entra con su llave en un portal.

Me quedo pensando.

Hay mucha información ahí.

Necesito procesarla.

Apago el taxímetro y busco un bar.