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05 Feb 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Los enamoramientos

El lenguaje del amor también viaja en el asiento trasero de mi taxi.

Observen a esa pareja, escúchenla: Cari, cielín, cielito. Los diminutivos amortiguan el valor contractual de las palabras. Destapan la fragilidad de quien las dice al tiempo que buscan agradar el oído del receptor. Hay infantilismo, sí. El lenguaje del amor no es otra cosa que un regreso a la inocencia de la infancia. Te vuelves crédulo, confiado, vulnerable, igual que un niño. Y no te importa rebasar la frontera de lo cursi aun delante de un tercero (el taxista en este caso).

Lo bueno del lenguaje del amor es, precisamente, esa burbuja que separa a la pareja del resto del mundo. Poco o nada importa lo que puedan pensar los demás de tus palabras: churri, caramelito, bomboncín. Es más, la pareja lo interpreta como un acto de valentía. Da igual lo que opine el mundo de lo nuestro; sólo importa lo que opines tú.

¿Cuánto dura el proceso? ¿Cuál es la caducidad de esas palabras? Depende. Hay un pico al principio no apto para diabéticos, eso es cierto. Pero luego el lenguaje se normaliza al tiempo que la relación se vuelve más monótona y estable. Poco a poco los diminutivos van desapareciendo y se esfuman como un globo de helio. Pero no siempre. Algunas parejas hacen el esfuerzo de agarrar la cuerda del globo durante el resto de sus vidas. Ancianos que viajan en mi taxi como dos adolescentes en su fiesta de graduación. Yo, por mi parte, los miro con envidia a través del espejo. Y tomo notas que, espero, aplicaré en unos treinta años, cuando me jubile y viaje en el asiento trasero de un taxi contigo.