Cuando entierras semillas del lenguaje en el asfalto
El taxi arrastró y adaptó palabras del ámbito rural al contexto urbano.
Algunos ejemplos: “Trillar” es dar vueltas por la calle en busca de usuarios. “Corral” o “corrala” es el recinto de espera de taxis en estaciones o aeropuertos. Y “parra”, la cabecera techada de ciertas paradas. Viene de lejos, de los años 70 y 80 del pasado siglo, cuando llegaron a Madrid los primeros emprendedores del éxodo rural desde Ávila y Sanabria (Zamora), y una vez encontraron su cobijo laboral en “la rosca” (el taxi) corrieron la voz entre los suyos. Hoy es fácil encontrar a primos, hermanos, o incluso a amigos de la infancia de pueblos muy pequeños compartiendo oficio en la capital. De hecho, 50 años después, las peñas abulenses y sanabresas siguen siendo mayoritarias en el taxi de Madrid, y es habitual escuchar en los corrillos la palabra “paisano” (algo que, sin embargo, nunca se aplica entre taxistas madrileños de nacimiento). Muchos de aquellos pioneros ya están jubilados y ahora son sus hijos y sus nietos los que han tomado el testigo del taxi y, por supuesto, de su jerga.
Entiendo que, detrás de la adopción de estas palabras, hay cierta intención sentimental de arrastrar las raíces del campo al entorno hostil de la gran urbe. Es más fácil importar palabras que importar modos de vida: si no puedes traer el campo a la ciudad, tráete el habla. Pero el paso del tiempo ha conseguido diluir la esencia inicial de esas raíces. De hecho, si preguntas a los taxistas más jóvenes por la palabra “trillar”, en ningún caso harán referencia a su significado original (“separar el grano de la paja triturando la mies esparcida en la era”). Es lo que sucede cuando el tiempo y la distancia entierran las semillas del lenguaje en el asfalto.