Lo que piensas Vs. Lo que dices
Cuando tienes algo importante que decirle a alguien y lo ensayas una y otra vez en tu cabeza…
Estás sola en el asiento trasero de mi taxi, pero con ojos introspectivos, con ojos de imaginarte a Clara a tu lado, frente a frente, mientras dices: «Mira Clara, lo del sábado fue un gesto bien feo por tu parte, otro más. ¿Sabes qué?, llevo meses aguantando tus desplantes, tus ínfulas, tus ganas de eclipsar todas las fiestas. ¿Qué soy yo para ti?, ¿tu guardarropa mientras bailas?, ¿tu posavasos? ¿Acaso soy la tonta que te sostiene el bolso y la copa cuando suena un temazo y luego otro temazo, y otro más, y te comes la pista buscando ser el centro de todas las miradas? ¿Acaso soy también la celestina del chico mono de la barra? ¿Soy la que hace encaje de bolillos mientras hablas con él? Y cuando al fin te lo ligas, y os marcháis no sé ni adónde, y me dejas ahí plantada, ¿en serio no eres capaz de llamarme para preguntar si llegué bien a casa? Escucha lo que voy a decirte: Se acabó. Lo nuestro, la amistad o lo que sea, se ha terminado. Estoy harta. No vuelvas a llamarme. No soy el felpudo de nadie».
Tienes los ojos exactos de estar pensando en esto mientras te llevo en mi taxi al portal de Clara. Llevas el discurso aprendido, lo repasaste mil veces, nada puede salir mal.
—Justo el portal de la izquierda. Es esa chica de rojo. Pare ahí —me dices.
Y detengo el taxi, sube Clara, le das dos besos, dices de ir a un bar del centro, pero Clara te interrumpe:
—No me seas triste, tía. Vamos mejor al bar del otro día, ¿sabes?, puede que esté Juanjo…
Y callas. No dices nada. Clara volvió a salirse con la suya. De hecho, es posible que hoy no encaje tu discurso. Tal vez mañana. O mejor: después del verano.
A fin de cuentas, ¿para qué están las amigas?