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22 Sep 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Laísmos insurgentes

—La dije que sí.

—Le.

—¿Qué?

—Es “Le dije que sí”.

—Pero si estoy refiriéndome a Laura: una CHICA. ¡Y qué curvas! Es «La».

—Estás cometiendo un laísmo.

—Uy, un laísmo, usted perdone. Enciérrame en el calabozo de la RAE y tira la llave al mar de la sabiduría.

—Tirar la llave no, pero si te escuchara Pérez-Reverte te clavaría un puñal en el entrecejo.

—Venga, explícame eso. Lo del “laísmo”, a ver si me aclaro.

—Pues no sabría explicártelo, la verdad.

—¿Usted sabe? —me dice el laísta desde el asiento trasero de mi taxi.

—Sí, claro. El taxista te lo va a explicar… —suelta el otro.

—El laísmo consiste en emplear las formas “la” o “las” del pronombre personal como objeto indirecto, en lugar de “le” o “les”, que sería lo correcto —les digo.

—¿Objeto indirecto? Me perdí esa clase.

—Ante la duda, pregúntate “¿a quién?”. Pongamos tu frase como ejemplo: Le dije, ¿a quién?, a ella. Objeto indirecto —añado.

—Pues no es por nada, pero el uso del “le” para referirte a una chica me parece machista. ¡El laísmo debería ser un canto al feminismo! —dice el laísta.

—Vale, lo que tú digas. Pero está mal dicho, en fin… ¿qué me estabas diciendo? Lo de Laura…

—Sí. Qué curvas, macho.

—¿Y ese comentario no es machista?

—Qué va. Geometría guapa.