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18 Sep 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Cómo acallar la voz existencial en los tiempos del TikTok

Resulta difícil, casi imposible acallar mi voz, evadirme del sinsentido que asola las calles en un contexto de pandemia mientras conduzco un taxi al tiempo que la chica de mi espalda graba con su móvil tiktoks.

Os juro que está ejecutando coreografías con su mano libre (la otra sostiene el iPhone en modo selfie) y lleva auriculares inalámbricos y a ratos me mira de reojo pelín avergonzada por la situación (hace gestos de olas con la mano y vocaliza en silencio y lo hace rápido; apuesto que interpreta uno de esos temas trap que están de moda. Sus labios son gruesos, es guapa: se sabe guapa y quiere difundirlo a conocidos y turistas en las redes). Calle Eloy Gonzalo. Mi taxi no hace ruido (ahora va en modo eléctrico) y parados en el cruce con Álvarez de Castro el chico de la moto de mi izquierda me mira, mira a la usuaria y vuelve a mirarme y yo no puedo saber si está sonriendo porque lleva casco y mascarilla, pero sus ojos dicen: ¿qué está pasando? (no en mi taxi exactamente sino en genérico, en la vida, en el siglo convulso que nos tocó vivir). Y se abre el semáforo y ninguno de los dos avanza: estamos saturados, dijimos basta justo aquí y justo en este preciso momento y a la vez, pero el resto de los coches hacen sonar sus cláxones casi al unísono, y en cierto modo nos empujan a seguir la marcha, la corriente del tráfico, el ritmo de la ciudad, o esa rueda que gira y nosotros somos hamsters (quisimos ser gánsters pero nos domesticaron), y no hay lenguaje real capaz de resumir el bombardeo informativo que estamos padeciendo, y empezó a llover. En el siguiente semáforo volvemos a pararnos y esta vez el chico de la moto ha frenado al otro lado, a mi derecha y a la altura de la puerta de la chica.

Le hace un gesto para que baje la ventanilla y ella le mira extrañada pero al final accede. Le da al botón. El cristal baja del todo. En esto el chico levanta la visera de su casco y grita:

—¿Eres la Claudia esa del TikTok, verdad?

Mi usuaria asiente con la cabeza.

—¡Buah, soy superfan! —dice el motorista.

Yo también le miro, perplejo. Ahora el chico se asoma a mi campo de visión y me suelta:

—¡Lo siento, tío, pero tenía que decirlo!

Y se abre el semáforo y se marcha.

Ahora llueve con más fuerza. «Tenía que decirlo». Esa frase me perseguirá durante el resto del día.