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12 Mar 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Labios que sacan de quicio

Me salvé de perder la cabeza por esa mujer gracias a la mascarilla. Su voz fue un canto de sirena para mis pobres oídos de marinero en tierra firme. Dios santo, qué ojos, pensé. Qué piel tan bien pulida. Qué cosas tan intensas dice. Pero me faltó saber su boca.

Pude imaginarla, por supuesto. Observaba a través del espejo de mi taxi cómo me hablaba mirándome a los ojos, y aquella tela quirúrgica se movía igual que una bailarina ensaya al otro lado del telón bajado (y yo aplaudiendo solo en la platea, intuyendo sus pasos). Es cierto que a veces buscamos evocar perfecciones que no existen; conjuntos impecables que nos llevan a creer en la mujer como un milagro absorto y bello a rabiar que provoca ansiedad de la buena. De esa que te engancha a la vida.

Cuando imagino ciertas bocas, no puedo evitar pensar en ese verso de la canción «Peces de ciudad» de Joaquín Sabina: «Labios que sacan de quicio». Y qué razón tiene. A lo largo de mi historia he visto labios que me han desesperado hasta el punto de haberlo dado todo, perderlo todo, por «tenerlos» unos segundos sólo para mí. «Poseerlos», qué palabra más cruel. Nunca deberíamos sentirnos dueños de nadie, aunque el deseo apriete. Prefiero pensar en compartir, en ceder: ser dueños el uno del otro y viceversa en esa fracción de beso. Ceder tu lengua y tu saliva y la efervescencia de todo tu cuerpo en un solo punto y durante un tiempo pactado. Un pacto, digamos, de silencio compartido por motivos logísticos. Mientras se besa no se puede hablar y, sin embargo, estás diciendo algo de vital importancia. Y escuchando lo mismo que dices sin decirlo, también. Y saboreando el mensaje.

Pero, como digo, no pude ver los labios de aquella mujer a la que, seguramente, jamás volveré a ver. Aunque lleve media mañana dando vueltas con mi taxi libre alrededor de su manzana.

Como un Adán lánguido y hambriento.