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16 Mar 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Las ideas son larvas

Las ideas son larvas que entran, a menudo, por el ojo. Y a veces también por el oído, o a través del olfato o del tacto (o la lengua incluso). Luego se metamorfosean en la cabeza y vuelan libres hasta estamparse y morir en el papel.

Observo a una pareja que viaja cogida de la mano en el asiento trasera de mi taxi. Ella mira distraída la calle y él su móvil. A través de esa mano entrelazada fluye información en ambas direcciones. Ella le transmite quietud y él, compromiso y protección (la mano de él se encuentra encima de la mano de ella, palma sobre dorso). De repente, él observa algo en su móvil que llama su atención. Algo que le lleva a apartar su propia mano de la mano de ella. Ella se voltea y le pregunta:

—¿Pasa algo?

—No, no… Todo bien —y en esto vuelve a entrelazar su mano en la mano de ella.

Pero el rostro de él ha cambiado. Ya no es el mismo. Y ahí nace la larva de mi imaginación. ¿Qué habrá visto en su móvil que le llevó a retirar su mano, como víctima de un acto reflejo?

Después sucedió algo impactante. Al llegar a su destino, primero bajó ella y mientras él me pagaba sacó con disimulo del bolsillo de su abrigo una bolsa pequeña que dejó adrede en su asiento y después se marchó. Hubo una mirada cómplice entre él y yo que indicaba que yo me hiciera cargo de la bolsa. No fue necesario decir nada.

Me marché como si nada y al girar por la siguiente calle, paré el taxi un momento y me estiré hasta alcanzar la bolsa. Contenía una caja envuelta en papel de regalo. Quité el papel con cuidado. Era un perfume.

Sin duda, había relación entre el mensaje de su móvil y el abandono repentino del perfume. La larva que entró por la vista (y, subsidiariamente, también por el olfato) comenzó a metamorfosearse en mi cabeza. Ahí había una historia.

Por la tarde, cuando llegué a casa, le di el perfume a mi mujer:

—Toma. Un regalo.

—¿Y esto? ¡Qué sorpresa!

—¡Te quiero! —le dije.

—Y yo a ti.

Sacó el perfume de la caja y lo probó en su cuello. Me acerqué para olerlo. Olía exactamente igual que la chica de mi taxi. Era el mismo perfume que ella usaba. Y otra nueva larva en mi cabeza.