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22 Mar 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La vida secreta de las calles

Las calles ya no son lo que dicen ser.

En Madrid, la calle Libreros ya no vende libros, Bordadores ya no borda y Cuchilleros ya no hace cuchillos. Ya nadie busca sombreros en Sombrerería, ahora en Salitre venden dulces y en la calle Salud el otro día a un tipo le dio un ictus.

Cierto es que una vez llevé en mi taxi a una mujer muy seria, al borde del llanto, a la calle Desengaño. Y en otra ocasión que llovía a mares y hacía mucho frío llevé a un hombre empapado a la calle del Tembleque, allá en Lucero, y el tipo se pasó el trayecto tiritando. Y hace unos cuantos años rompí con una novia en un bar del Paseo de los Melancólicos (envié la dirección por SMS para darle un tono de presagio a la cita). Y otra chica me dejó plantado en la esquina de Quevedo con Lope de Vega (conocidos archienemigos, por cierto). Y en otra ocasión me enamoré perdidamente de una perfecta desconocida de ojos pardos en la calle Campoamor, y tuve que frenar el taxi y respirar hondo aquejado por un súbito síndrome de Stendhal (hace años de esto y aún hoy podría dibujar el rostro de esa chica con todo detalle).

Pero, supongo, también habrá una historia detrás de la calle Dos Amigos (Centro), o Cuatro Amigos (zona Plaza de Castilla), Siete Amigos (Virgen del Cortijo) o incluso Ocho Amigos (Campamento).  O detrás de la calle Dolores Coca (Carabanchel), San Canuto (Aluche), la plaza de la Memoria Vinculante (Usera) o la calle Salsipuedes (Villaverde) a la que, dicho sea de paso, cuando reúna el valor suficiente, iré.