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19 Mar 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Brecha generacional

Fue un choque de trenes lingüístico. Sesenta años de diferencia entre ambos.

Háganse a la idea: Abuela de más de ochenta y nieto de unos veinte viajando en el asiento trasero de mi taxi por las calles adoquinadas del barrio de Malasaña. Doce del mediodía. Hipsters y modernos por doquier. En una de estas, se nos cruzó un repartidor de comida a domicilio. Iba en bici, frené en seco. Nos quedamos clavados a escasos dos centímetros de su pierna.

—Madre del amor hermoso, por poco no lo cuenta —soltó la anciana santiguándose.

—Estos pobres van como locos buscándose la vida, abuela. Trabajan en precario —dijo el chico.

—En mis tiempos se llamaban “ganapanes”.

—“Riders”, abuela. Ahora se llaman “riders”. “Ciclistas” en inglés.

—Paparruchas… Yo no sé qué os ha dado ahora con el inglés. Ganapanes, buscavidas. Mira, lo contrario que tú. Todo el día en el sofá jugando a la maquinita.  

—Está la cosa muy difícil, abuela.

—En mis tiempos había una palabra, “haragán”. Es lo que eres.

—¿Haragán? ¿Qué significa?

—Lo buscas en la maquinita.

—Por cierto, esta tarde no podré quedarme mucho rato. Quedé a las 6 con Miriam.

—¿Y esa quién es?

—Ya te hablé de ella, abuela. Es mi novia.

—¿No se llamaba Sofía?

—No. Sofía es mi ex. Ya no estamos juntos. Ahora salgo con Miriam.

—Vale Adán, apunta otra: “Picaflor”.