La vida secreta de las calles
Las calles ya no son lo que dicen ser.
En Madrid, la calle Libreros ya no vende libros, Bordadores ya no borda y Cuchilleros ya no hace cuchillos. Ya nadie busca sombreros en Sombrerería, ahora en Salitre venden dulces y en la calle Salud el otro día a un tipo le dio un ictus.
Cierto es que una vez llevé en mi taxi a una mujer muy seria, al borde del llanto, a la calle Desengaño. Y en otra ocasión que llovía a mares y hacía mucho frío llevé a un hombre empapado a la calle del Tembleque, allá en Lucero, y el tipo se pasó el trayecto tiritando. Y hace unos cuantos años rompí con una novia en un bar del Paseo de los Melancólicos (envié la dirección por SMS para darle un tono de presagio a la cita). Y otra chica me dejó plantado en la esquina de Quevedo con Lope de Vega (conocidos archienemigos, por cierto). Y en otra ocasión me enamoré perdidamente de una perfecta desconocida de ojos pardos en la calle Campoamor, y tuve que frenar el taxi y respirar hondo aquejado por un súbito síndrome de Stendhal (hace años de esto y aún hoy podría dibujar el rostro de esa chica con todo detalle).
Pero, supongo, también habrá una historia detrás de la calle Dos Amigos (Centro), o Cuatro Amigos (zona Plaza de Castilla), Siete Amigos (Virgen del Cortijo) o incluso Ocho Amigos (Campamento). O detrás de la calle Dolores Coca (Carabanchel), San Canuto (Aluche), la plaza de la Memoria Vinculante (Usera) o la calle Salsipuedes (Villaverde) a la que, dicho sea de paso, cuando reúna el valor suficiente, iré.