PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

09 Jul 2021
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La tensión narrativa de unas llaves perdidas

Cuando no encuentras algo, pongamos unas llaves, se inicia un viaje interior a tu pasado más reciente, y ese implícito monólogo alcanza tal tensión narrativa que ni el mejor Stephen King.

Te ves en mi taxi, relajada. Estamos llegando a tu destino, de modo que inicias el proceso de abrir el bolso y buscar con la mano tu cartera y las llaves de casa. La cartera la encuentras en seguida; es bastante más voluminosa que el resto de tus enseres (me obsesiona esa palabra: «enser»). Pero las llaves, en un primer tanteo removiendo el bolso, no aparecen. Normalmente suenan a mental con el simple remover de tus cosas, pero no hay sonido aparente, ni tacto a metal raro en la yema de los dedos. Entonces te asomas al abismo del bolso. Sacas y apartas la cartera, el neceser, la agenda. Miras el bolsillito interior y apenas encuentras un bolígrafo. El bolso ahora está casi vacío, y las llaves no aparecen.

Te miras los bolsillos de la chaqueta y el pantalón. Nada. Y es ahí cuando inicias un proceso de chequeo inverso de cada movimiento. Veamos. La última vez que hiciste uso de las llaves fue al salir de casa esta misma mañana. Recuerdas que diste dos vueltas a la cerradura y que siempre, después de hacerlo, lanzas las llaves al bolso y cierras la cremallera o el broche, según el bolso que toque. Eso hiciste, supones, y luego fuiste en metro a la oficina con el bolso cerrado y bien pegado al cuerpo, y antes de sentarte en el despacho pasaste un momento por el baño. Ah, y ahora que recuerdas… en el despacho se te cayó el bolso de la silla y el bolso estaba abierto y la agenda acabó debajo de la mesa. Pero sólo la agenda. En ese momento entró Matías, de contabilidad, y te tapaste la blusa porque estabas agachada y en esa postura podría verte el escote. Lo hiciste, en parte, porque todo el mundo piensa que Matías está bastante salidillo (más aún desde que se divorció de Carmen). De hecho, ya le has pillado varias veces siguiendo con la mirada los vaivenes por los pasillos de la nueva becaria. Pero ese no es el tema, ¡céntrate!: las llaves. Ay dios, como no las encuentres tendrás que llamar a Juanjo y ya lo que faltaba. Juanjo siempre dice que eres muy despistada y que vas dejando las cosas tiradas por ahí, y que algún día te dejarás la cabeza olvidada en cualquier parte.  Él también tiene sus defectos, ojo, pero en eso tiene toda la razón. Eres un desastre de preocupar. Y poco te pasa para el despiste que llevas. En fin…

—Páreme aquí. Aunque no sé qué hacer… no encuentro las llaves de casa…

—Las tiene en la mano.

—¿Qué?

—La otra mano.

—¡Demonios!

Abres la mano y, en efecto, ahí están. Ahora recuerdas que las sacaste del bolso justo antes de entrar en el taxi, y que usaste la mano derecha para todo lo demás.

Tu mano izquierda es Juanjo, estás pensando. Y le quieres. Le necesitas.