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05 Sep 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La postal

Pisé con la rueda de mi taxi una postal, de esas que enviábamos antaño (normalmente en vacaciones, con foto de la playa de marras y nuestra mejor caligrafía).

Me di cuenta porque al pisarla sonó como un fuerte quejido, un lamento, ñiiiiii, y frené en seco, bajé del taxi y ahí estaba casi intacta, con la huella de mi rueda impresa en el envés del texto: «Querida familia: Ya estamos instalados en el hotel de Benidorm. Hace mucho calor y los chiquillos, desde que llegaron, no han salido del agua. Esperamos que estéis todos bien y poder vernos a la mayor prontitud para contaros nuestras vacaciones con más detalle. Os queremos, Antonio, María, Juan y Roberto». La postal databa del pasado jueves y no, no la encontré en el suelo de Benidorm ni en la dirección de su destino (Zamora), sino en la calle Peris i Valero de Valencia.

Llamó mi atención que todavía, en los tiempos del WhatsApp, hubiera alguien que aún escribiera postales. Pero también que se encontrara tirada en un lugar muy distinto al de su origen o su destino, por no hablar del extraño ruido que hizo cuando pisé la postal con mi taxi: ñiii.

De hecho, volví a pisarla con el pie, y en esta ocasión sonó una especie de: «Ahhh» bastante humano y desesperado que sin duda salía de las entrañas de la propia postal. Un auténtico grito de dolor por sentirse, tal vez, desubicada y en peligro de extinción. Lo bueno de las postales, recuerdo, era que nunca contenían demasiada información ya que podían ser leídas por el personal de Correos. Siempre eran asépticas, de género blanco, y en esa pulcritud radicaba su encanto.

Por supuesto, busqué un buzón para enviarla. No llevaba sello y compré uno. Pero justo al introducir la postal en la ranura del buzón reparé en un detalle: la huella de mi rueda impresa en el cuadro del texto. Los receptores de León podrían preocuparse (¡Dios Santo! ¿Acaso Antonio, María, Juan o Roberto sufrieron un atropello justo antes de enviarla?). Pensando en ello, angustiado, traté de meter la mano en la ranura con la idea de recuperar la postal. Pero apenas llegué a los nudillos. Luego se me ocurrió desenroscar la antena del taxi y meterla en la ranura con la estúpida idea de intentar enganchar la postal con la punta, pero en un movimiento en falso se coló también la antena y la perdí.

En fin, que me marché imaginando la cara del cartero en el momento de abrir el  buzón y encontrarse dentro del saco de Correos una postal con una marca de rueda y una antena de coche. Aunque en un giro optimista, pensé que el cartero podría ser también escritor, como Bukowski, y el hallazgo de la antena podría servirle de inspiración para escribir un relato a modo de continuación del mío.

Ardo en deseos de leerlo.