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08 Sep 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El último de la fila

Llegué tarde a la primera reunión de padres con el nuevo profe de mi hija. Tuve que tomar asiento al fondo del aula, en el único pupitre libre.

—Perdón. Imposible aparcar —me excusé ante el nuevo profesor de mi hija, un tipo bajito, viejoven y con aire bonachón.

En la pizarra había escrito con perfecta caligrafía: «Bienvenidos al nuevo curso. Tutor: Marcos».

El profe reanudó su charla, pero en lo sucesivo no me enteré de nada. Siempre fui un pésimo estudiante, y aquella aula consiguió embeberme tanto en mi pasado estudiantil, que no me fue posible seguir el hilo. Alrededor, todo eran padres sentados en ridículas sillas, como en la peli Big. Parecíamos niños grandes inadaptados. Repetidores en bucle quince años después. Puede que yo fuera el más mayor de todos, mayor incluso que Marcos, el profesor.

En estas me fijé en la rubia de la primera fila. No conseguí verle la cara, pero aquella melena suelta, sus hombros al aire y su vestido estampado me dejó boquiabierto. Sin pensarlo dos veces, me armé de valor, saqué del bolsillo mi pequeña libreta y mi boli, y le escribí una nota: «¿Quieres salir conmigo después de clase?».

Plegué la nota y se la pasé al tipo calvo de delante:

—Para la rubia de la primera fila — le susurré.

El hombre me miró extrañado, pero luego se rio divertido y acabó pasándole la nota a la chica de delante, y ésta a otro, y así hasta que al fin llegó intacta a mi objetivo. Y cuando la chica rubia recibió el papelito, miró hacia atrás y yo saludé con la mano nervioso, enseñando dientes. Ella suspiró abochornada, desdobló el papel, pero en estas nos pilló el profesor.

—Punto negativo para el de padre la última fila. Usted, sí, ¡usted! ¿Es el padre de..?

—¡Héctor! —mentí.

—No, qué va. El padre de Héctor soy yo —dijo un hombre con pinta de ingeniero agrónomo.

—¿Estás seguro? —se me ocurrió decirle.

—Disculpen —interrumpió la rubia— En realidad es… el padre de Aitana. Mi marido. Y es muy… digamos… bromista.

—De acuerdo— dijo el profesor—. Tomo nota.

(Vaya, pensé. Ya me ha cogido manía y aún no ha empezado el curso).

En fin, que la clase terminó, y yo salí con la misma información que al principio, es decir, cero, pero con un proyecto de cita con la madre de mi hija.

—Ya te vale, Daniel. ¡Qué bochorno! — me dijo ella mientras bajábamos las escaleras.

—¿Pero saldrás conmigo o no?

(No hubo respuesta).

Ya en la calle, se me acercó el presunto padre de Héctor.

—¿Por qué me dijiste que si estoy seguro de ser el padre de Héctor? ¿Sabes algo que yo no sepa? —me preguntó nervioso.

—Olvídalo, ¿vale? En la vida hay puertas que es mejor no abrir.