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25 Ene 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

La construcción del habla

Reconozco que el proceso de aprendizaje del lenguaje en los niños me tiene obsesionado.

Como padre de una niña de cuatro años, pero también, como taxista con centenares de niños a mis espaldas, observo muy de cerca cada progreso en la construcción del habla. Desde aquellas primeras palabras, normalmente “mamá”, «papá» o “aba” (léase “agua”) que a la postre resumen el universo de todo niño en su primer año de vida, hasta la correlación entre distintas palabras, o la difícil comprensión de los pronombres personales: ¿Cómo explicar que YO soy YO y TÚ eres TÚ aunque en tu caso, si te refieres a ti mismo, has de decir YO en lugar de TÚ? O, cómo no, la maraña de los tiempos verbales y el difícil uso del verbo “ser” y el verbo “haber” (los más usados, no sólo en la infancia) y sus múltiples conjugaciones.

Cuando mi hija, o cualquier otro infante usuario de mi taxi, trata de explicar unos hechos ocurridos con anterioridad, me cuesta mucho entender cómo ha llegado a dominar el uso de ciertos verbos irregulares, o cómo emplea el presente o el pretérito o los alterna en función de lo nítida que tenga la anécdota en la cabeza. Obviamente los niños son esponjas, lo absorben todo, pero ese mecanismo que poco a poco va encajando en la cabeza de un niño desde cero hasta un nivel de conversación fluida, esa magia neuronal, responde a uno de los más fascinantes misterios de la vida.

Por cierto, hace un tiempo fui testigo de la primera palabra de un niño de apenas un año, precisamente, en el asiento trasero de mi taxi. Dijo eso, “tasi”, ante la atónita mirada de sus padres. Y en otra ocasión, otra niña en mi taxi me señaló y dijo: “papá”. Del rubor y el sonrojo inmediato que producen ciertas palabras hablaré en otro momento.