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22 Ene 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Bailar con los labios

Algunos usuarios de mi taxi, cuando hablan, convierten sus labios en una pareja de tango bailando al son de sus palabras.

Son gente cuya boca es una fiesta. Como esa chica que (ahora que lo pienso en perspectiva), hizo peligrar aquel trayecto. Conducía yo con un ojo clavado en el espejo retrovisor porque era imposible evitar semejante espectáculo. Movía los labios de tal forma, que el mensaje que intentaba transmitir quedaba diluido, no importaba. Su boca era el péndulo de un mentalista, a razón de un millón de músculos por labio, todos ellos totalmente independientes y sin embargo coordinados con absoluta destreza. Y en ciertos instantes, cuando ella hacía un silencio entre frase y frase, tiraba del labio inferior con los dientes, y la imagen me recordó a aquella frase de La escoba del sistema de David Foster Wallace: “tirar del labio como si fuera la manta de un niño”.

Yo, en este caso, era el tonto mirando el dedo cuando el sabio señala la luna.

Y lo esencial de todo esto es que no recuerdo nada de aquella conversación. No recuerdo de qué hablamos, ni recuerdo el timbre de su voz siquiera. Ni el color de sus ojos. Ni su pelo. Sólo aquella boca en movimiento que aún hoy me despierta turbado a media noche, contándomelo todo sin decirme nada.