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12 May 2023
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Feliz edad

Mira, yo me planto. Tengo lo que quiero, hago lo que quiero y he conseguido todo lo que he merecido conseguir.

Una mujer, una hija, un taxi, varios libros y una casa que contiene todo lo que realmente necesito. Gano más de lo que gasto. Disfruto leyendo y escribiendo. Disfruto escuchando música y aprendiendo a hacerla (guitarra, piano). Canto como el culo, y por eso no canto: la dulce y prodigiosa voz de mi esposa lo hace por mí. Permitidme incidir en esto: Si algo no se te da bien, delega en quien lo haga mejor que tú (y viceversa). Si algo no te gusta, no lo hagas (y si no te queda más remedio, procura sacarle el lado bueno; siempre lo hay. Por ejemplo, cuando plancho mis camisas, imagino tramas a bordo de ese barco que es la plancha navegando entre nubes de vapor. Y barrer me ayuda a acorralar las pelusillas de la mente).

Y el taxi, mi taxi, me da la vida. No tengo horarios, ni jefes, ni problemas. Hablo con personas de toda clase y condición y escucho lo que sea que necesiten decirme. Y si me llevan a un lugar nuevo para mí, lo exploro. Y si me gusta, me quedo a comer o a echar unas teclas con el portátil que llevo siempre en el maletero. Ayer una mujer me llevó a Cullera y decidí pasar la tarde escribiendo en la terraza de un bar con vistas al faro y a la playa. Y cuando una gaviota cagó justo sobre la manzana de mi MacBook, sentí un ataque extraño de felicidad.

—¿Me traes un par de servilletas y otro café? —le dije al camarero.

Como había poca clientela, charlé con él. Era uruguayo de origen, y el resumen de su vida me pareció fascinante.

—¿Qué escribes? —llegó a preguntarme.

—Esto —le dije, señalando el entorno. —Otros hacen fotos del paisaje. Yo prefiero escribir las sensaciones que el paisaje me sugiere.

—¿Y luego lo publicás en algún sitio?

—Puede. Nunca se sabe. Aunque a veces escribo por el simple placer de escribir. Para hermanarme conmigo mismo.

—Qué bello suena eso.

—El objetivo no ha de ser siempre monetizar lo que haces. Si algún día soy millonario, Dios no lo quiera, seguiría con mi taxi y mis escritos.

—¿Dios no lo quiera? ¿Acaso no querés ser millonario?

—No. Ni de broma. Correría un serio riesgo de convertirme en un perfecto gilipollas, como tantos otros. Y además, no necesito más de lo que tengo. En serio te lo digo. Me planto con lo puesto.

—Hombre, un par de millones de euros…

—¿Para qué?

—Para no tener que trabajar.

—Es que a mí me gusta lo que hago.

—¿El qué? ¿Llevar gente en tu taxi?

—Llevarla pero también traerla. Ir para volver. ¿Qué te debo?

—2,80. Al último café te invito yo.

—¡Gracias! ¿Necesitas que te lleve a alguna parte?

—No, amigo. Me reservo la oferta para cuando esté perdido.