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09 Sep 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Enseres y estores

Tengo mil frentes abiertos: después de una mudanza completa de Madrid a Valencia, ahora estoy reformando mi nueva casa. Llevo días eligiendo colores, apliques, enseres y estores. Y es horrible y fascinante al mismo tiempo.

He conocido reacciones de mí que no sabía que existían. He llegado a plantearme muy en serio qué encimera de cocina podría encajar con mi personalidad. Ahora sé que es posible vivir intensamente centrándote sólo en gilipolleces. Sé que es posible volcarte de lleno en detalles superfluos y sentir que tu vida tiene todo el sentido. He compadreado con vecinas de la edad de mi madre. Mi boca ha emitido frases del tipo «Es que la cosa está fatal» (la «cosa», en genérico), o expresiones como «Válgame el señor» (echándome la mano al carrillo). He sido nadie en tres idiomas distintos. He sentido ansiedad sentado en un bidé en medio de un salón vacío. He visto trescientas tonalidades distintas de azul para pared y aún me han parecido insuficientes. He discutido acaloradamente con un fontanero acerca de cromados. He saludado al nuevo administrador de mi finca chocando el codo con su puño. Me han entrado ganas de lanzar la saga «Mi lucha» de Karl Ove Knausgård a la cara de alguien cuyo nombre no puedo decir por aquí (los seis tomos). Me he reído de algo que no tenía puta gracia sólo por agradar a un escayolista. Me han llamado «nano» una treintena de veces (y «tete» otras diez). He visto arder una falla hermosísima mientras mi cabeza sólo pensaba en comprar brocas de tres puntas. He dado leche a un gato callejero que maullaba como un motor eléctrico. Me ha dicho una vecina que la leche sienta mal a los gatos (las frases son correlativas; no soy ningún sádico). He conocido a un señor que se dedica exclusivamente a pulir pomos. (Mientras le escuchaba hablar, he sustituido mentalmente la palabra «pomo» por «novia» y sus frases seguían teniendo todo el sentido). He tardado tres días en darme cuenta de que llevaba tres días sin escribir ni una sola línea, y justo al caer en esto me han entrado unas ganas tremendas de matar gatos. He llorado y sudado al mismo tiempo (por distintos motivos).He creído ver la silueta de Stalin en el estucado de la nueva habitación de mi hija. He soplado una pestaña posada en mi mano mientras pedía un deseo (cuando hice esto estaba solo).

Nota: Escribo estas líneas sentado en el bidé en medio del salón vacío. Después de múltiples intentos acabo de encontrar una postura bastante más cómoda que muchas de las sillas que he probado (con el culo hundido en el bidé y los pies colgando). Estoy pensando en dejar el bidé en este lugar y distribuir los muebles del salón alrededor. Ya tengo montado un bonito despacho con vistas a la calle, pero estoy mejor aquí.