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03 Mar 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El poder de la palabra

Las peores palabras se agolpan en tiempo real, martillean: invasión, guerra, muertes, misiles. Tratamos de pensar en otra cosa, pero pesan más y embarran la glotis.

Sólo las palabras pueden combatir otras palabras. Hace apenas unos días «Covid» era grande, tamaño 36 en cuerpo Arial, pero ahora apenas es 14 en Comic Sans. Vemos bombas en la tele y el cerebro las traduce a colapso, ira, impotencia, o tal vez a otro idioma indescriptible.  Suenan (o nos quieren sonar) esperanza, cordura, reseteo, y hacemos porque quepan aún más grandes dentro del cerebro, aplastando las otras; devorándolas. Qué crueles son las palabras cuando irrumpen sin permiso. Cuántas espinas.

Cambio de tercio. Si el grueso mundo es hostil, hagamos por obviarlo y centrémonos en las distancias cortas: ser amables con el vecino, ayudar a esa anciana que no puede con las bolsas, llenarnos el gaznate de palabras más cercanas y más suaves, sin aristas: verde, sol, amor, besos mullidos, risas mil, empatía. Ganemos la batalla del lenguaje y tendremos los oídos de la gente. Busquemos ese amor a prueba de ganas y dejemos que la inercia nos lleve a buen puerto, las olas, el viento. Borremos al déspota con toneladas de silencio hasta aplastarlo. Reivindiquemos unas palabras y borremos del mapa otras, las más nocivas. Visto queda que la historia se repite porque no aprendieron a sufrirla: los libros, hoy, están perdiendo la batalla. Los analfabetos funcionales son más brutos. Más inhumanos. Me refiero a los que saben leer pero no han entendido nada.

¡PAZ!