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24 Feb 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Individualismo Vs. tejido social

El barrio donde ahora vivo, en Valencia, rebosa comunidad. La gente se saluda por la calle, habla, pregunta por los suyos. El clima acompaña, pero no es sólo por eso. Influyen otros muchos factores.

Vengo de un Madrid tan grande como inhóspito. El mercado de mi infancia, el de «toda la vida», acabó cerrando al poco de inaugurarse un gran centro comercial. En Madrid, las jornadas laborales son largas, el tiempo libre brilla por su ausencia y esto afecta negativamente a la «vida de barrio»: se tiende a una gran compra semanal que aglutine en un solo viaje cualquier necesidad. De ahí que los domingos se hayan convertido en el día comercial por excelencia: las grandes superficies abren y sus parkings están a rebosar. Paralelamente a esto, los barrios de nueva construcción, los llamados PAUs, de avenidas anchísimas, enormes fincas con vistas a su ombligo y dos plazas de garaje por vivienda, invitan al uso del coche para todo. Las grandes distancias de acera a acera hacen inviable acudir caminando a comprar productos frescos de consumo diario.

Y todo esto, en resumen, afecta al habla. En el Madrid de mis últimos días, ya nadie se cruzaba con nadie. Comprábamos carne en bandejas retractiladas, y la cajera número 17 de tu larga cola parecía un robot. Aquí en Valencia, sin embargo, lo tengo absolutamente todo en un radio de tres manzanas. Fruterías, bares, copisterías, pastelerías, zapaterías, un mercado central con decenas de puestos (mi carnicera se llama Paqui, el pescadero Tomás y el de la frutería suele regalar a mi hija fresas o uvas). En cada paseo, es habitual cruzarme con corrillos de vecinos que se cruzan con otros y charlan de sus cosas. Se llama tejido social, y es indispensable para hacer comunidad; algo que en Madrid ya apenas existe.

Tomé, por tanto, una buena decisión abandonando un esquema social que nadie se plantea y, sin embargo, explica muchas cosas, a mi juicio, vitales. Y me refiero al creciente individualismo del madrileño cuya inercia le empuja a reivindicar su libertad individual restándole empatía hacia el vecino. De modo que no, Madrid no es el resto de España y lo que allí sucede no es, ni debería ser, el ejemplo a seguir.