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06 Jul 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El poder cicatrizante de unos párpados

La mujer me miró cariacontecida a través del espejo después de recibir una llamada en mi mismo taxi. Le habían dado una noticia evidentemente mala. Y su primera reacción, tras colgar y sostener el móvil como un polluelo herido, fue mirarme.

Nadie reacciona igual ante una mala noticia. Dependes de engranajes íntimos (tu grado de introversión o viceversa), pero también del entorno. No es lo mismo recibir la noticia en soledad que en compañía de otros; y no es lo mismo cuando esos otros son, como en el caso que nos ocupa, perfectos desconocidos. Hay personas que necesitan soltarlo, sin importar quién esté delante (¿el pescadero?, ¿la cajera del banco?, ¿el procurador?), y otras no sueltan prenda.

Uno siempre se imagina que las malas noticias sólo llegan de madrugada. Que el teléfono suena en mitad de la noche, te despiertas como un resorte y antes de descolgar el teléfono, ya te temes lo peor. Pero en este otro contexto, cuando la llamada se produce a las doce del mediodía y te encuentras embebido en tu rutina diaria, la cosa es bien distinta. Te pilla caliente pero frío, en campo propio y sin portero, ni árbitro, ni cámaras, ni público. No sabes reaccionar porque nadie aprende a reaccionar en situaciones así. La usuaria de mi taxi reaccionó clavando sus ojos en el espejo retrovisor, y así se mantuvo durante al menos un par de calles. Era una mirada no tanto ojiplática, ni de auxilio, sino de recogimiento. Como si buscara que sus párpados abrazaran sus propios ojos para darse a sí misma consuelo. Luego se humedecieron, sí, pero no lo suficiente como para desbordarse. Sus ojos se quedaron con su pátina de barniz en la mirada hasta el final del trayecto.

Por mi parte, creo que mi interpretación fue la correcta. No encontré procedente preguntar, consolar, ni decir nada. No eran ojos de eso (¡pregúntame!, ¡dime algo!, ¡ayuda!), sino de silencio compartido. Desconozco el motivo de la llamada, ni me interesa. Sólo creo que, en ciertos momentos, conviene no decir nada y hacer del silencio un luto compartido.