PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

15 Nov 2019
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El bisturí eléctrico

Viernes. Ocho y diez de la mañana. Saqué el taxi del garaje, pero el cuerpo me pide escribir.

Escribir acerca de nada en concreto. Sólo el-acto-de. Ponerme a ello. Aparcar el taxi en cualquier parte, sacar el portátil del maletero, entrar en la cafetería más cercana y empezar a escribir, a ver qué sale. Me pregunto de dónde vendrá semejante pulsión. Quiero decir, que no me mueve la necesidad contar nada en concreto, ni me urge sacar ninguna espina. O digamos que la espina es el teclado y mi cuerpo la pantalla. Al hilo de esto, me viene a la mente aquel discurso de Juan José Millás en el que hacía referencia a un invento de su padre, el «bisturí eléctrico». Millás decía que la escritura desempeñaba la misma función: abrir y cauterizar heridas al mismo tiempo.

Pero justo cuando me dispongo a buscar aparcamiento, me levanta la mano un hombre. Olvidé apagar la luz verde del taxi, de modo que no me queda más remedio que frenar a su altura. Es un tipo de unos setenta años y aspecto impecable: traje de chaqueta, corbata y sombrero. Huele a Barón Dandy y tiene acento andaluz. Me pide que le lleve a un hotel del centro.

Por el camino charlamos. Me dice que es sevillano, y que está en Madrid de paso. Ahondando en sus cosas me confiesa que hace un par de años descubrió que sus padres no eran realmente sus padres. Que era adoptado. Y que su auténtico padre fue fusilado en plena guerra por el bando Nacional. Lo paradójico del asunto es que él se educó en el nacional catolicismo de aquella época. Sus padres adoptivos eran franquistas y él, por analogía, también lo fue. Pero luego, en fin, cuando a sus setenta y tantos años descubrió que sus padres, que resultaron ser adoptivos, fueron en cierto modo los verdugos de su auténtico padre, todo en lo que había creído con auténtica devoción comenzó a tambalearse. Y ya no sabe en qué creer o si la vida que vivió fue un espejismo.

Llegamos a su hotel. El hombre me paga la carrera y se baja del taxi. Apago el taxímetro y vuelvo a buscar aparcamiento. Me sigue apeteciendo escribir, pero de otro modo, de otras vidas mucho más interesantes que la mía. Dejaré para otra ocasión lo del bisturí eléctrico.