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19 Nov 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Vivir en los tiempos de la contradicción

Bienvenidos al siglo de las contradicciones. Bienvenidos a una era digital reconvertida en digicual. Corazón y cabeza y bilis y prisas dentro de la misma boca.

Sucede casi siempre en aquellos usuarios de mi taxi que se lanzan sin red a hablar de política, que tienden a caer en curiosas contradicciones: son capaces de decir una cosa y la contraria y continuar con sus vidas como si nada. Digamos que aplican el zoom o un gran angular a su conveniencia, generalizando o personalizando según el tema a tratar. ¿Inmigración?, zoom x12. ¿Pensiones?, plano general. ¿Sanidad?, plano medio. ¿Educación?, cámara al hombro. Tienden a expresarse a trazos gruesos, pero cuando les ofreces la oportunidad de ahondar en un tema concreto, se les cuelan secuencias que no aparecían en ese «montaje del director» de su película interior. Si hablan con la cabeza se les cuela el corazón y viceversa. Y hay una lucha interna ahí. Una lucha que no suele ir a más, pero que deja un poso. Supongo. Espero.

Ahora las contradicciones están más vivas que nunca porque vivimos deprisa. No hay tiempo para el sosiego necesario que invite a pensar (o son los logaritmos los que piensan por nosotros ofreciendo ideologías a la carta). Google te selecciona noticias que pueden ser de tu interés (y aunque no te interesen, acabas pinchando sólo por «matar el tiempo»). Y en Facebook alternas videos de gatitos o megaconstrucciones de puentes voladizos con artículos de opinión disfrazados de noticias. Noticias que blanquean el racismo, o relativizan la violencia de género, o ponen en duda la naturaleza de nuestra propia sexualidad. Nos hacemos preguntas que hace años creíamos descartadas por obvias, pero tampoco profundizamos en las respuestas. Ni en nada. No hay tiempo para eso. Ni para nada.

Falta quietud, qué duda cabe. Y empatía. Y sentido crítico. Y empieza a ser demasiado tarde. Los que manejan las máquinas del click ya han empezado a pensar por nosotros.