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20 Jul 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

El abismo entre dos mundos

Preservar el bunker de tu lenguaje interior se hace imposible en un entorno donde el chándal ahora es también una prenda apta para salir de fies(ta).

O gastar 80 eurazos en la entrada de un concierto para grabarlo enterito con el móvil en alto. A este respecto me pregunto para qué guardarán colas de horas (e incluso días) con la sola intención de estar más cerca del escenario si pueden llegar más tarde, estar más lejos y aplicar el zoom en su smartphones. Sería razonable concluir que la generación más preparada de la historia se ha vuelto imbécil, pero yo a su edad también parecía falto cuando rebobinaba mis cintas de casette TDK con un boli Bic a modo de carraca. O cuando practicaba con un cigarrillo agujeritos en la botella de calimocho para después enroscar la boquilla, aspirar hondo y hacer «submarinos». Vale que los tiempos se han sofisticado, pero en mi defensa diré que yo nunca llegué a usar chándal fuera del ámbito deportivo.

Y entre esos dos mundos en apariencia irreconciliables hemos de convivir, disimulando un entendimiento que en secreto genera ansiedad e incluso jugos de rabia presionándome la glotis. Obviamente, en mi taxi, he de ser amable, cuando un chaval que por edad (y por lagunas difusas en mi memoria) podría ser mi hijo viaja en el asiento trasero haciendo tiktoks, playbacks, poniendo morritos, matando pokémones o chequeando museos sin siquiera pisarlos. La nueva moda, por cierto, es el bdwing, un artilugio de silicona (similar a las bandejas para hielos pero a escala 1:10) que presionas con el dedo y «relaja». Me hablan dándole a «eso» y yo contesto procurando silenciar las turbinas de mis pensamientos. Intento, lo juro, hacer de mi cabeza un lugar digno de Instagram, pero me salen tuits faltones que me guardo y voy acumulando en algún lugar de mi cuerpo. De hecho, si algún día me dicen que tengo piedras en el riñón, no me extrañaría en absoluto.

Y os juro que intento creer que el lenguaje puede con todo, PERO…